martes, 28 de diciembre de 2010

Piedras redondas

Fue Miguel de Cervantes quien, con otras palabras, dijo aquello de:
-“Después de dar vueltas por el mundo y morar en cien lugares, uno acaba descubriendo que es más divertido el camino que la posada.”

Ortega y Gasset matizó la cosa cuatro siglos después cuando afirmó que lo importante no es llegar sino estar yendo. Sin embargo, a todo hombre, desde Ulises a Lope de Aguirre, de Cervantes a Ortega, le llega el día en que sabe que está en ese punto de su vida donde se acaba la cuesta que venía subiendo. Es entonces cuando uno ha de comprender que si ha superado la pendiente con cierta alegría ─a pesar del pesado saco que se echó a la espalda cuando tenía veinte años─ es porque el esfuerzo de tirar para adelante y hacia arriba no era excesivo comparado con su energía para levantarlo.

El saco estaba lleno de ilusiones y las ilusiones son la única carga que empieza a pesar justamente cuando te vas deshaciendo de ella. Así que esa empinada ladera de montaña que es la vida te parecía en aquellos años una autopista llana; como la que recorría tranquilamente, a bordo de su cortadora de césped, el anciano protagonista de la película de David Lynch, “Una historia verdadera”.
Otros hombres, en cambio, llegan al punto de inflexión y siguen adelante, resbalando como una piedra redonda por el otro lado -el de bajada- hacia el agujero. Fulanos que le inspiraron a Bob Dylan esa canción perfecta que lleva por título “Like a rolling stone”. De vez en cuando, nos enteramos de que algunos de aquellos que admiramos en sus buenos tiempos ─cuando eran dioses civiles─ siguen empeñándose en regresar al pasado para reencontrarse con ese joven que fueron un día. Hasta que revientan. Simplemente, porque ignoraban que aquel muchacho ya no existe y, lo que es peor aún, si existiera renegaría de aquello en lo que se han convertido ellos después.
Con el tiempo los hombres también aprendemos que eso que llamamos meta no es más que el punto más alto en la trayectoria de cualquiera; que dar un paso más significa empezar a oír el tango “Cuesta abajo”. Un mal asunto. Tan malo como sentarse encima de ese pico de la cumbre y notar que no tardando se te empezará a clavar en el culo. El aventurero Jerry Flanagan, que se había bebido toda la estantería que había al otro lado de la barra del Metropolitan- me lo dijo una noche:
-“Lo ideal sería que uno notara el preciso instante en que pisa esa raya. Como aquella vez en que supe que estaba en el Polo porque al dar un solo paso el viento del sur se había vuelto viento del norte”.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Más mujeres

Rossy Sedanke era finlandesa, de Turku, y tenía el atractivo abismal de las diosas paganas. Bailar con ella un fox-trot era como tocar el cielo con las yemas de los dedos de los pies. Tuvo un novio que se llamaba Bobby La Cava, un matón a sueldo que enfriaba sus güisquis con pólvora congelada. Una noche aquel gángster invitó a cenar a Rossy y se acabó ahorrando el pago de la elevadísima factura en el restaurante porque no llegó vivo al segundo plato.

Murió de un disparo que su asesino le hizo a la gabardina de Bobby creyendo que él estaba dentro porque la separación entre el rufián y su prenda no le sirvió de nada a la hora de conservar la vida. Como el escote de la Sedanke se daba un aire al cráter de esos volcanes que hay en la isla de Java, el forense se hartó de mirar dentro para acabar echando un vistazo desganado al cadáver de Bobby antes de decir:
-“El disparo a la gabardina no ha interesado a ningún órgano vital pero el agujero en la tela se le ha complicado a la víctima con un beso que le estaba dando su compañera de mesa. La mezcla de ambas cosas es la que ha resultado mortal de necesidad.”

Betsy Morelly ─que no era guapa pero le sentaban fantásticamente los vestidos cortos y ajustados─ se movía con tanta soltura dentro de ellos que a los semáforos se le ponían los ojos rojos cuando la veían venir desde lejos. Era capaz de mostrar confianza en sí misma, incluso colgando de la cuerda de un patíbulo. Ya saben, todo lo contrario de algunas chicas de hoy que a decidirse entre pedir un agua mineral o una cocacola ellas lo llaman “enfrentarse a una angustiosa alternativa vital”.

La Morelly era muy desconfiada. Una vez le preguntaron unos encuestadores qué opinaba del divorcio y antes de responderles les pidió tiempo muerto para consultar la respuesta con su abogado. Resultaba tan llamativa que sus escapadas del hogar eran, en realidad, entradas triunfales en la calle. Le sobraba el dinero pero no perdonaba ni las vueltas de una limosna. Controlaba tanto los gastos personales que sus manos ajustaban cuentas entre sí antes de hacerse mutuamente la manicura. Pedirle un favor a Linda sin entregarle antes un fajo de billetes resultaba tan absurdo como pretender hacer una hoguera con dos paletadas de nieve.