martes, 21 de abril de 2009

CABALLO VIEJO

.
Don Juan Tenorio - que se llama Tulio, ronda los cincuenta y las amigas de su mujer dicen que tiene sienes plateadas de canalla fino. Como Clark Gable en sus mejores tiempos. Don Juan -Tulio- recibió hace poco el encargo de ejecutar las obras de restauración del convento de las Esclavas de María.

Y aunque con ello no contaban ni el arquitecto autor del proyecto ni el pleno de la Conferencia Episcopal, ni siquiera el Papa de Roma, doña Inés estaba de superiora en aquel cenobio ejerciendo bajo el nombre de sor Mariana; así que pasó lo que tenía que pasar y el amor se presentó sin pedir permiso de entrada a la boca del torno. Que, ya se sabe, el amor es ciego, poeta y antiguo, como Homero.

Don Juan y doña Inés, Tulio y sor Mariana, el maestro de obras y la madre superiora ya se están amando locamente como en aquella canción de verano de las Grecas y han huido juntos para empezar una nueva vida o para huir de la muerte, o por cualquiera de esos motivos irracionales por los que uno se enamora de quien no debe. Pero el caso es que se han fugado, volver a empezar, begin the begine, para partir otra vez desde cero como si eso fuera posible.


Claro que no hay historia de amor sin víctimas o sin dolor de terceros, por más que eso sólo lo descubre uno cuando le toca hacer el papel de abandonado o el de soñador de amores imposibles. Así que esta pareja ha dejado atrás un rastro de hijos -asombrados de que su padre les haya robado en el teatro una escena veinteañera que, por edad, les correspondía a ellos- y una ex-mujer que se ha quedado con los dos pisos del matrimonio a su nombre y, lo que es bastante peor, con esa desolación terrible que consiste en descubrir que el hombre con el que has estado conviviendo más de veinte años era un perfecto desconocido que cuando hablaba aburridamente de cementos por fraguar, arcillas expansivas y cubiertas en mal estado, en realidad, lo hacía para ocultar, guardada en el congelador de su pecho aparentemente gastado, una nueva pasión hasta que llegara otro abril distinto y ajeno que le animara a tirar por la ventana tanto más de lo mismo.

Doña Inés también ha dejado plantado a Dios. Pero Dios no es como algunos hombres que conozco, que fueron abandonados por sus mujeres y perdieron la razón de vivir porque para ellos la razón de vivir consiste en disponer de un par de comidas calientes al día y tres mudas limpias y planchadas a la semana.



Al fin, ya era hora, ha estallado la primavera tardía, como debe ser, y estos días andan saltando chispas en alguna habitación de cualquier motel de carretera, chispas que no podrán apagar las lagrimitas perdedoras. Mientras tanto, el burlador y su paloma se mofan del paso del tiempo y del papel de comparsas que el mundo les había asignado en este segundo acto de la obra de sus vidas.

Sergio Coello




No hay comentarios:

Publicar un comentario