lunes, 30 de enero de 2017

TIERRA DE NADIE (10)

10.- TARDE
 
     Maratones, empleos,  trenes, amores; por llegar tarde se han perdido muchas cosas en la vida. Hasta se han perdido vidas, así es la cosa. Por ejemplo, si usted fuera gobernador de Alabama y decidiese conceder un indulto a ese condenado a muerte que van a sentar mañana en una silla con casco protector, cinturón de seguridad y calefacción eléctrica para la cabeza, nunca debería poner el papel salvador en manos de una tortuga mensajera. Tampoco sería acertado elegir a un tartamudo para que transmitiera por teléfono esa decisión perdonavidas al alcaide de la penitenciaría si sólo falta un minuto para el cumplimiento de la sentencia. Lo más seguro es que el indulto llegue tarde, cuando ese pobre hombre esté ya para que sus restos suban al camión de la basura que recoge los desperdicios de las barbacoas. En el otro extremo del péndulo, tampoco es aceptable que la policía encuentre las pistas de un crimen, un par de días antes de que se haya cometido. Eso es lo que hacía el capitán Quinlan en la película Sed de mal. Su instinto le llevaba a descubrir a los asesinos mucho antes de que éstos hubieran pensado en matar a nadie. Para saber que un sospechoso iba a cometer un delito futuro, a aquel policía con cara de buldog le bastaba simplemente con que se le presentara un ligero dolor en una de sus piernas mientras le pasaba a ese tipo por la piedra del interrogatorio. Ya lo decía Marlene Dietrich sobre el cadáver caliente de Orson Welles, en aquella inolvidable y arrabalera escena final:


-“ Fue un gran sabueso pero era un detective deplorable.”
   Con la pérdida de la impaciencia juvenil, la mayoría de nosotros acabamos aprendiendo que “tarde” y “temprano” son conceptos tan antagónicos como relativos. El escritor Julio Cortázar escribió un relato sobre un hombre que exigía a las personas con las que quedaba la misma puntualidad impecable que él aplicaba a sus citas. Hasta tal extremo era puntual que su nuca llegaba a todas partes al mismo tiempo que la punta de su nariz, sin la más milimétrica diferencia. Cortázar desvela al final del cuento cómo se las ingeniaba el personaje para salvar a su esqueleto de las tres dimensiones que soportamos los demás. Pero eso es literatura. En la vida real lo que abunda es esa clase de individuo que apenas te amaga una disculpa por el retraso cuando se presenta -para devolvértela, al cabo de treinta años- junto a aquella primera novia tuya que te pidió prestada para bailar Unchained melody en la fiesta de graduación.  El paso de tiempo, ya se sabe, es tan relativo como el pelo blanco de Albert Einstein, que era negro a  la altura de su bigote. Por eso está bien que alguien se haya tomado la molestia científica de ponerse a calcular con exactitud qué es lo que la Humanidad entiende por “tarde”. Y resulta que, para el mundo, “tarde” es diez minutos y diecisiete segundos. Lo ha revelado una macro-encuesta. Las estadísticas, ya se sabe, han sustituido a las viejas mentiras históricas en las relaciones del poder con los ciudadanos. Otra estadística también ha descubierto que cada español es dueño, por término medio, de un cero coma cero cero ocho por ciento de todos los automóviles BMV que hay en el país. Y es que la estadística es participativa y solidaria como ella sola. Sus cuestionarios sólo tienen un defecto, que de todas esas preguntas directas que nos hacen, lo que menos importa es la respuesta que damos. Lo fundamental para el que pregunta es lo que le confesamos de nuestra intimidad -de nuestra manera de pensar y sentir, me refiero-, casi sin darnos cuenta y aprovechando que el encuestador pasaba por allí. Resultaría interesante averiguar cuántas elecciones se han ganado gracias al diseño de una campaña electoral inspirada en todo eso que la mayoría de los futuros electores revelaron previamente de sí mismos por la puerta falsa de las encuestas pre-electorales. Estoy convencido de que cada vez que respondemos a una pregunta sobre el estilo de vestir lo que hacemos, en realidad, es desnudarnos en parte. Así que -sin apenas advertirlo- mostramos nuestras vergüenzas al entrevistador, éste le pasa los papeles al analista y por ahí anda la verdadera ganancia política o comercial del negocio estadístico.

  En todo caso, es poco probable que España hay sido incluida en el campo de estudio para esa encuesta acerca de lo que entiende la gente por “tarde” A llegar a una cita diez minutos y diecisiete segundos después de la hora fijada, la mayoría de los españoles lo consideramos madrugón. Me incluyo como excepción que confirma la regla. Para empezar o más exactamente antes de empezar, En España nos hemos inventado eso de conceder antes de comenzar cualquier reunión diez minutos de “cortesía”, a la espera de los tardones. Quizá porque el español, en general, tiene un respeto imponente a los incumplidores de la educación ciudadana. Especialmente, a los que se hacen esperar para demostrar que nada vale la pena sin su presencia. La encuesta también revela lo convencida que está mucha gente de que únicamente es necesario llamar para disculparse por el retraso cuando pasan diez minutos y diecisiete segundos de la hora de la cita y que un diez por ciento de los entrevistados consideraba normal llegar hasta media hora tarde. Eso sí, un abrumador porcentaje de cincuentones aseguró que jamás
llegan tarde cuando se trata de un compromiso importante porque piensan en los riesgos del tráfico si salen con la hora pegada al culo. Las mujeres jóvenes, en cambio, consideran aceptable y elegante llegar con unos minutos de retraso a su primera cita con un hombre; piensan que lo contrario las haría aparecer ante él como "algo desesperadas". Por último, mujeres y hombres coincidieron en que no les importaría llegar medio siglo tarde al cumpleaños de su suegra. Pero si quieren que les diga la verdad, a mí me ha enseñado poco esta encuesta. Todas estas conclusiones me las resumió mucho mejor la cantante Lorna Thompson, aquella noche, en el Paradise, mientras me hacía llorar echándome el humo mentolado de su cigarrillo a los ojos:

-“Escucha, encanto, - me dijo Lorna- a lo único que una mujer jamás debe llegar tarde es a la lectura del testamento de su marido muerto.”

Sergio Coello