viernes, 30 de septiembre de 2011

Media vida en 25 canciones (13)

Le métèque

Le métèque, el primer gran éxito de Georges Moustaki, no es únicamente una hermosa canción; también es una especie de autorretrato “sentimental”. Moustaki la compuso en 1968, cuando tenía 34 años y fue publicada un año después en un elepé con ese mismo nombre. También triunfó en España pero el éxito quedó reducido a los ambientes juveniles más inquietos, como recordarán muchos de los estudiantes de mi generación.

Georges Moustaki llamado al nacer, Giuseppe Mustacchi, ó Youssef Moustaki es hijo de padres griegos. Nació en la histórica Alejandría (Egipto), el 3 de mayo de 1934 y creció en un ambiente de mezcla de razas y lenguas. Su padre hablaba cinco idiomas y su madre seis, aunque él adoptó el francés como lengua propia, ya en su infancia, quizá por consejo familiar. Y es que en aquella época esa lengua gozaba de mayor prestigio cultural que las demás. Su familia procedía de Corfú, la mítica isla griega a la que Poseidón, el dios del mar enamorado de Córcira, llevó a su amada después de raptarla. Moustaki se crió, por tanto, en un ambiente multicultural judíos, griegos, italianos, árabes y franceses aunque, como siempre ha habido clases, estudió en la Escuela Francesa de Alejandría, el centro de enseñanza favorito de las familias acomodadas de la ciudad. A los 17 años se fue a vivir a París, donde conoció a las principales figuras de la llamada “canción francesa” Georges Brassens, Edith Piaf, Yves Montand y Barbara, entre otros y para quienes empezó muy pronto a escribir canciones.

Le métèque tiene un marcado aire helénico apoyado en el acompañamiento de instrumentos de cuerda que evoca paisajes pespunteados de olivos, caminos de tierra, cunetas de hierba seca, el sol rotundo del verano, un cielo limpio y azul, muchos cerros pardos y el cercano murmullo de las olas del mar. Y es en esa atmósfera donde Le Métèque se transforma en la voz de un ciudadano del mundo con sus raíces al aire; ese personaje extraño venido de lejos que está curtido por el sol y por la experiencia del amor, de los amores. Cuando este hombre universal descubre, una vez más, esa pasión última y definitiva por una mujer mucho más joven que él se lanza a hacerle todas las promesas del mundo. Con absoluta sinceridad… y sin la menor posibilidad de cumplir ninguna de ellas.



Le Métèque (El extranjero) supuso el lanzamiento como cantautor de larga distancia para Goerges Moustaki. En los conciertos, antes de cantarla, siempre pronunciaba su famosa dedicatoria:

“A mi padre, a todos los extranjeros y a todas las razas; a todas las personas, famosas o anónimas, que han contribuido a la grandeza de Francia.”

Los temas de este cantautor mediterráneo vienen a ser “canciones de la experiencia de vivir”; quiero decir que son fruto de su manera de relacionarse con los demás. Ya instalado en París a principios de los cincuenta, antes de dedicarse a la música, Moustaki fue periodista y camarero en un piano-bar donde escuchó cantar a Georges Brassens, una auténtica revelación para él. Hasta el punto de que cambió su nombre de pila por el de su admirado maestro. También escribió para Édith Piaf la letra de una de las canciones más populares de la estrella francesa, Milord, así como otros temas para Yves Montand, Juliette Gréco y Serge Reggiani. En sus buenos tiempos, años setenta y ochenta del siglo pasado, cosechó grandes éxitos Sarah, Ma Solitude, Ma Liberté y La dame brune cuando animado por el éxito de Le métèque se decidió a interpretar sus propias canciones.

LE MÉTÈQUE

Avec ma gueule de métèque,
de juif errant, de pâtre grec
et mes cheveux aux quatre vents,
Avec mes yeux tout délavés
qui me donnent l’air de rêver,
moi qui ne rêve plus souvent,
Avec mes mains de maraudeur,
de musicien et de rôdeur
qui ont pillé tant de jardins,
avec ma bouche qui a bu,
aui a embrassé et mordu
sans jamais assouvir sa faim
Avec ma gueule de métèque,
de juif errant, de pâtre grec,
de voleur et de vagabond,
avec ma peau qui s’est frottée
au soleil de tous les étés
et tout ce qui portait jupon,
avec mon coeur qui a su faire
souffrir autant qu’il a souffert,
sans pour cela faire d’histoire,
avec mon âme qui n’a plus
la moindre chance de salut
pour éviter le purgatoire
Avec ma gueule de métèque,
de juif errant, de pâtre grec
et mes cheveux aux quatre vents,
je viendrai ma douce captive,
mon âme soeur, ma source vive,
Je viendrai boire tes vingt ans
et je serai prince de sang,
rêveur, ou bien adolescent
comme il te plaira de choisir
et nous ferons de chaque jour,
toute une éternité d’amour
que nous vivrons à en mourir.
Et nous ferons de chaque jour,
toute une éternité d’amour
que nous vivrons à en mourir.



EL EXTRANJERO

Con mi pinta de extranjero
de judío errante y pastor griego
y mis cabellos al viento
Con mis ojos medio cerrados
que me dan aire de soñador
yo que ya apenas tengo sueños
Con mis manos de ratero
de músico y de trotamundos
que he robado en tantos jardines
Con mi boca que ha bebido
que ha besado y ha mordido
sin jamás saciar su hambre.
Con mi pinta de extranjero
de judío errante y pastor griego
de ladrón y de vagabundo
Con mi piel que se ha curtido
al sol de todos los veranos
y todo lo que usa faldas.
Con mi corazón que hizo
sufrir al mismo tiempo que sufrió
sin por ello hacer historia
Con mi alma que ya no tiene
ninguna opción de salvación
para evitar el purgatorio
Con mi pinta de extranjero
de judío errante y pastor griego
y mis cabellos al viento
vendré, mi dulce cautiva
mi alma hermana, mi fuente viva
vendré a beber de tus veinte años.
Y seré príncipe de reyes,
soñador, o adolescente
como tú quieras elegir
Y haremos de cada día
toda una eternidad de amor
que viviremos hasta morir
Y haremos de cada día
toda una eternidad de amor
que viviremos hasta morir

Le métèque es, sin duda, una hermosa canción de amor escrita por alguien que se siente “diferente” ─un apátrida, un recién llegado de otro o ningún lugar, un hombre de distinta raza, un ciudadano de otra lengua, un alma con otra manera de sentir─ pero Le métèque es, antes que nada, un himno a la libertad de todos y cada uno de quienes formamos parte una parte pequeñísima, prescindible y fundamental─ de la Humanidad.


Posiblemente, a causa de la fuerte carga personal de la interpretación de Moustaki puesto que se trata de la canción más “suya”─, no hay demasiadas versiones de Le métèque. Aun así, conozco unas cuantas: la de la cantante francesa Bárbara (compañera del grupo “existencialista” de Moustaki), la instrumental de Paul Mauriat y su famosa Orquesta, la de Alexandra Fits, la de Pat Finney, la del italiano Roberto Ferri, la de Paul Daraíche, la de la Bobby Setter Band y otra totalmente rumbera del español afincado en París Manuel Malou. Malou formó parte del grupo Los Golfos (aquellos del ¿Qué pasa contigo tío?). Escuchandosu versión de “Le metéque” por rumba es la única vez que no me ha sonado horrible un tema de “flamenquito” cantado en la lengua de Voltaire y Albert Camus. Lo que prueba, a mi juicio, que Le métèque sólo se puede cantar en ese idioma. Bueno, para esta regla como para todas también hay un par de excepciones. Aparte de la propia versión en disco y video Youtube de Moustaki en nuestro idioma, con una traducción impecablemente fiel al espíritu de la letra, yo escuché allá por los años setenta, en directo, una muy buena versión en español del cantante granadino Julián Granados, en su etapa de solista después de que abandonara el grupo Los Ángeles. Si, aquel mismo Julián Granados del entrañable “Voy buscando a Lupita…voy camino de México”. Claro que no he conseguido averiguar si acabó siendo grabada en disco o no. Así y todo, la versión original de Georges Moustaki es insuperable.

En cualquier caso, siempre que oigo Lé métèque me pellizca un gramo de envidia por no tener en mi biografía ese trocito de pasado oscuro y luminoso a la vez del que pueden presumir casi todos los marineros griegos.

Sergio Coello

lunes, 5 de septiembre de 2011

Media vida en 25 canciones (12)

THE SOUND OF SILENCE

Cuando era más joven, durante bastante tiempo estuve pensando que El sonido del silencio (The sound of silence), de Simon y Garfunkel, era la canción que explicaba mi juventud. Ahora ya no estoy tan seguro de ello pero siempre la guardaré en la memoria como uno de ese reducido grupo de temas musicales que jamás me cansaré de escuchar. Cuento esto ahora, al cabo de los años, cuando he descubierto que tampoco soy muy original al respecto. Hace unos días, navegando por internet, descubrí que hay por ahí algún que otro internauta al que también le gustaría que El sonido del silencio fuese la canción que sonase en su funeral.

Recuerdo que fue una especie de himno ─ni guerrero, ni nacionalista, por cierto─ para muchos de los veinteañeros de mi generación. Especialmente, para aquellos que pasamos de la copla radiada de nuestra infancia al deslumbramiento del rock and roll y los ritmos anglosajones de los primeros sesenta del siglo XX. The sound of silence transmite esa mezcla de alegría, tristeza y añoranza de un puñado de amor sin palabras al calor de la lumbre. Quiero decir que forma parte de los valores que son consustanciales al silencio. La canción fue popularizada por un dúo que ha pasado a la Historia de la música ─en una década prodigiosa para la misma─ como creadores de varias canciones perfectas. Y es que, en mi opinión, que no pretendo imponer a nadie, El sonido del silencio, Mrs. Robinson, Cecilia, The boxer y Puente sobre aguas turbulentas son simplemente perfectas.


The sound of silence fue escrita por Paul Simon en febrero de 1964, tras el asesinato de John F. Kennedy en noviembre del año anterior. Originalmente, Paul Simon y Art Garfunkel grabaron esta canción como una pieza acústica y posteriormente la retocaron con instrumentos eléctricos para su reedición como disco sencillo. Esta segunda versión fue la que llegó a ser número uno de las listas americanas en 1966 y formó parte, más tarde, de las bandas sonoras de varias películas. Concretamente, de El Graduado (1968), Bobby (2006) y Watchmen (2009), tres filmes que ganaron mucho con la incorporación de este tema.


THE SOUND OF SILENCE

HELLO DARKNESS, MY OLD FRIEND,
I´VE COME TO TALK WITH YOU AGAIN.
BECAUSE A VISION SOFTLY CREEPING
LEFT ITS SEEDS WHILE I WAS SLEEPING.
AND THE VISION THAT WAS PLANTED IN MY BRAIN
STILL REMAINS WITHIN THE SOUNDS OF SILENCE.
IN RESTLESS DREAMS I WALKED ALONE
NARROW STREETS OF COBBLESTONE,
´NEATH THE HALO OF A STREET LAMP
I TURNED MY COLLAR TO THE COLD AND DAMP
WHEN MY EYES WERE STABBED
BY THE FLASH OF THE NEON LIGHT, THAT SPLIT THE NIGHT
AND TOUCH THE SOUNDS OF SILENCE.
AND IN THE NAKED LIGHT I SAW
TEN THOUSAND PEOPLE, MAYBE MORE.
PEOPLE TALKING WITHOUT SPEAKING,
PEOPLE HEARING WITHOUT LISTENING.
PEOPLE WRITING SONGS THAT VOICES NEVER SHARE
AND NO ONE DARED DISTURB THE SOUNDS OF SILENCE.



EL SONIDO DEL SILENCIO

HOLA OSCURIDAD,, MI VIEJA AMIGA,
HE VENIDO A HABLAR CONTIGO OTRA VEZ.
PORQUE UNA VISIÓN ARRASTRÁNDOSE SUAVEMENTE
DEJÓ SUS SEMILLAS MIENTRAS ESTABA DURMIENDO.
Y LA VISIÓN QUE FUE PLANTADA EN MI CEREBRO
TODAVÍA PERMANECE DENTRO DE LOS SONIDOS DEL SILENCIO.
EN SUEÑOS SIN DESCANSO CAMINÉ SOLO
POR ESTRECHAS CALLES EMPEDRADAS,
DEBAJO DEL HALO DE UNA LUMINARIA
ME LEVANTÉ EL CUELLO DE LA CHAQUETA POR EL FRÍO Y LA HUMEDAD
CUANDO MIS OJOS FUERON APUÑALADOS
POR EL FLASH DE LA LUZ DE NEÓN, QUE RESQUEBRAJA LA NOCHE
Y ACARICIA LOS SONIDOS DEL SILENCIO.
Y EN LA LUZ DESNUDA VÍ
DIEZ MIL PERSONAS, QUIZÁ MÁS.
GENTE HABLANDO SIN CONVERSAR,
GENTE OYENDO SIN ESCUCHAR.
GENTE ESCRIBIENDO CANCIONES QUE LAS VOCES JAMÁS COMPARTIRÁN
Y NADIE QUISO MOLESTAR A LOS SONIDOS DEL SILENCIO.

Hay muchas versiones conocidas pero, así, de pronto, recuerdo las de The Bachelors, B.B.Seaton, The Gaylads (en reggae jamaicano), Boudewijn, Groot, Gérard Lenorman, Emilíana Torrini, Nevermore, Shaw Blades y algunos más. La mejor versión española ─o la menos mala, según se mire─ fue, sin duda, la de Los Mustang ─nuestros pseudo-Beatles nacionales─ convertidos en los traductores fijos de los grandes éxitos de origen anglosajón en esa época.


El sonido del silencio ocupa el puesto 156 en la lista de las 500 mejores canciones de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone. Aunque algunos ya la conocíamos cuando se estrenó la película, la mayoría de los españoles de entonces la descubrieron como una de las canciones que sonaban en la banda sonora de El graduado, excelente film de Mike Nichols sobre la seducción de un joven con la carrera recién terminada (Dustin Hoffman) por parte de su futura suegra. Esa madre de la novia ─con ganas de enseñar al que no sabe─ era una esplendorosa Anne Brancroft en su mejor momento como actriz. En una escena de la película ─inmortalizada por el cartel─ ilustró a muchas españolitas de aquel tiempo sobre cómo encender el hielo quitándose las medias con un erotismo elegante y parsimonioso, esa obra de arte femenina que cada vez se practica menos. Y es que ciertas chicas macarras de ahora se desnudan con la misma delicadeza con la que un hipopótamo se quitaría el barro del lomo en el lago Tanganika.

Dustin Hoffman tenía 30 años y Anne Bancroft sólo 36 cuando rodaron El graduado pero la diferencia de edad entre ellos parece mayor en la pantalla. Claro que sólo hasta que la señora se quita la ropa de la cintura para arriba y se planta así, frente a su futuro yerno y los espectadores.

La película ganó un Oscar y obtuvo seis nominaciones; entre ellas, la de Dustin Hoffman como mejor actor, en el papel de Benjamin, el joven novio de Katharine Ross. En la secuencia final, frente al mismísimo altar ─donde la joven confundida está a un segundo de casarse por despecho con otro más guapo y más estúpido─ el amor triunfa y ella huye vestida de novia con el verdadero hombre de su vida. Un largo “travelling” en pos del autobús que han tomado va alejando a la pareja de la malograda ceremonia, de los espectadores y, sobre todo, de las convenciones sociales. Entonces vuelve a oírse otra vez El sonido del silencio y hay que tener el corazón de madera de raíz de olivo para contemplar esa secuencia y no engañarse uno, aceptando que es el amor lo que mueve el mundo. Aunque sepamos que las cosas de la vida real no son exactamente así.


El único tema musical escrito expresamente para el film fue, sin embargo, Mrs. Robinson que sólo suena una vez en la película ─igual que sucede con la canción Scarborough Fair (La Feria de Scarborough)─ pero yo siempre me quedaré con la música y la letra de El sonido del silencio, con sus poéticas metáforas que aluden a ese “silencio” instalado entre los habitantes de las grandes ciudades. Y es que hay algo de cierto en que cada vez conversamos más sin decir nada. Nos escuchamos sin oírnos, escondidos en los subterráneos de una especie de autismo voluntario y colectivo ─contagiado de unos a otros─, como si nos hubiésemos encerrado en la campana neumática de nuestro propio ombligo. La fuerza de la melodía de esta canción ha permitido toda clase de arreglos y tratamientos, desde el rock hasta el gospel, pasando por el canto gregoriano y los ritmos andinos.

Es una lástima que haya tanta gente a la que el silencio le resulta insoportable. A veces, me pregunto si no será porque tiene demasiado ruido dentro de sí misma. El silencio es una inagotable fuente de palabras ─pensadas o sentidas─, un tesoro de oro puro. Ya lo decían The Tremeloes en aquella otra espléndida canción de la época, cuyo título es "Silence is golden" (El silencio es dorado),

Sergio Coello Trujillo