miércoles, 16 de mayo de 2012

Media vida en 25 canciones (22)

Angola


         Cesária Évora nació en Mindelo (archipiélago de Cabo Verde), la ciudad de los poetas y los artistas, el 27 de agosto de 1941 y murió a los 70 años, el pasado  17 de diciembre de 2011 en un hospital de la isla de San Vicente.
  “Cize”, como la llamaban cariñosamente sus amigos, era hija de un músico y una cocinera y siempre estuvo rodeada de instrumentos musicales. Sobre todo del violín que tocaba su padre. Tiempos duros para una familia pobre del África insular y atlántica, hasta el punto de que, siendo una cría, tuvo que pasar parte de su infancia en un orfanato. A los 16 años ya cantaba en bares y fiestas privadas, para las que era reclamada por sus canciones dulces y tristes, a la vez. Aquellas letras que combinaban el amor con las historias de aislamiento, comercio de esclavos y emigración, tan propias de su archipiélago, le gustaban a un público necesitado de emociones balsámicas con las que curarse las viejas heridas de la vida. Tras la actuación, pasaba por las mesas y los clientes dejaban caer sus monedas, haciéndolas tintinear metal sobre metal en el fondo del platillo.
Entre su adolescencia y su madurez estuvo cantando en radios locales, bares de puertos y barcos de cabotaje, hasta que a mediados de los setenta desapareció del mapa, aquejada de una profunda depresión. Aquella fue una década dura y nada prodigiosa para Cesária, en la que el alcohol sobre todo el "grog" un conocido aguardiente caboverdiano le empezó a pasar su carísima factura. La propia cantante llamaría después a esta época, ya superado el episodio, sus Dark Years (Años Oscuros).
   Por suerte, en 1987, José da Silva la escuchó cantar en un bar de Lisboa y, con 47 años, dos hijos y los restos del naufragios de tres matrimonios fracasados, Cesária Évora aceptó grabar un disco en París. Para aquella  voz  negra de los pies desnudos era su primer álbum, pero luego vendría la publicación de los elepés Mar azul (1991) y Miss Perfumado (1992) que confirmarían con creces tantas esperanzas aparentemente frustradas. De repente, aparecieron los conciertos en el Olympia de París, las comparaciones con Billie Holliday, las giras mundiales Estados Unidos, Suecia, Japón, Senegal y España, el abandono del alcohol, las cinco nominaciones a los Grammy, los cinco millones de discos vendidos en todo el mundo y su ascensión a la cima de la World Music.
  Cesária Évora, la morna y Cabo Verde se hicieron universales gracias al talento único y esplendoroso de una cantante tocada por la magia de África y empapada de sonidos de otros mundos de más allá del Océano.

   
  Cesária Évora pasará a los anales de la historia de la música como la creadora de un estilo musical, la morna, que es una especie de blues caboverdiano en el que se mezclan los olores y sonidos de su isla, la percusión del oeste africano, el fado portugués, los ritmos brasileños  y los cantares de aquellos marinos ingleses que recalaron en el archipiélago  de Cabo Verde en tiempos de esclavos y piratas. La cantante comenzó a crear el morna con tan sólo 16 años; tras juntarse con un joven y atractivo guitarrista, su calidad pronto fue conocida. En la segunda mitad de los años sesenta algunas canciones suyas ya se retransmitían a través de las radios europeas, Holanda y Portugal, principalmente.


  “Sólo soy una mujer africana”, decía siempre de sí misma. Una mujer del África portuguesa, habría que añadir. Algo evidente para todos los que llevamos muchos años escuchando esa voz densa y cristalina a un tiempo, envolvente, indescriptiblemente triste, que nació en una diminuta colonia de Mindelo, esa isla de juguete que pertenece a un pequeño archipiélago situado frente a la costa de Senegal.

     El morna es un género cuyas letras, en criollo, hablan invariablemente de amor y distancia.  ¿De qué si no puede hablarse en una isla pequeña? Esta artista tenía una especie de radar innato que le permitía detectar los peligros y esquivar los arrecifes traicioneros que abundan en la música étnica. Contó, afortunadamente, con la ayuda de Manuel de Novas, ex-piloto de puerto, y la de Teofilo Chantre, el músico de París, inextricablemente unidos al cordón emocional de la “saudade” de su país nativo, el fado, una especie de “blues” portugués. También le llegó la colaboración de algunos talentos excepcionales sin demasiada experiencia. “Ellos han nacido y crecen. Yo soy la única que envejece”, comentaba bromeando, refiriéndose a aquellos músicos jóvenes que la acompañaban en sus últimos conciertos. Dos de estos nuevos compositores de canciones Constantino Cardoso y Jon Luz son autores de esas coladeras que se salvan del agujero negro de la globalización del sonido. Guitarras, piano, violines de la calle intactos, directos, cándidos para unos ritmos singulares. El blues cabo-verdiano de Cesária Évora habla de la larga y amarga historia de aislamiento de su  país, del comercio de esclavos, de la diáspora hija del hambre. Su voz está llena de magia y cuando va acompañada de instrumentos capaces de conferir un toque melancólico, lo emocional resalta mucho más que lo retórico. Quien no entiende esa lengua variante del idioma portugués percibirá, sin duda, la emoción de sus canciones.
      Para esta serie podría haber elegido una al azar de entre tantas de mis preferidas: Papá Joachim París,  Miss Perfumado, Mar azul, Cinturao tem mele o la maravillosa Sodade. Sin embargo, me he inclinado por Angola, que es una declaración de amor a ese país del África negra que ha conocido las diez plagas de Egipto pero ha conseguido sobrevivir a todas ellas.   





          ANGOLA
Ess vida sabe qu'nhôs ta vivê
Parodia dia e note manché
Sem maca ma cu sabura
Angola angola
Oi qu'povo sabe
Ami nhos ca ta matá-me
'M bem cu hora pa'me ba nha caminho
Ess convivência dess nhôs vivência
Paciência dum consequência
Resistência dum estravagância
       
         ANGOLA
Esta vida alegre que nos llevará
Por el día y la noche de fiesta
sin dolor, con alegría.
Angola, Angola;
El pueblo sabe
que nadie me va a matar.
Vine con el tiempo justo
para regresar, después
de vivir esta experiencia.
Porque la paciencia
sólo es una consecuencia
de la resistencia
a la extravagancia


   Una copa de aguardiente caboverdiano y un cigarrillo entre las manos, además de sus melodías tristes, esas eran sus señas de identidad en el escenario. Tras 'Cesária Evora &..., su último álbum, grabado en el año 2010) y en el que participaron Caetano Veloso, Pedro Guerra, Salif Keita, Bonnie Raitt y Marisa Monte─, la suerte de la cantante se truncó definitivamente. Ese mismo año, la cantante tuvo que someterse a una operación a corazón abierto que hizo temer por su vida. Obligada a suspender una veintena de conciertos que ya tenía acordados, su salud no se recuperaría jamás. Los achaques se fueron sucediendo, semana tras semana, y en septiembre de 2011 anunció, desde París, que abandonaba definitivamente los escenarios. Tres meses después, su corazón dejó de latir. Era el 17 de diciembre de 2011 y si yo no publiqué este artículo que escribí por entonces fue porque me empiezan a parecer un poco oportunistas todas las necrológicas con altavoz.
     Cesária decía que empezó a cantar  en los bares de Mindelo y en el puerto de la isla de San Vicente para ahuyentar la tristeza de sus 16 años. Los clientes no siempre le echaban escudos en la bandeja; a veces, le pagaban  con un vaso de aguardiente grog, de ron o de whisky. Gracias a unas grabaciones recuperadas de Radio Barlavento y Radio Clube se puede escuchar todavía aquella voz de jovencita, más clara y fina, en canciones grabadas en los estudios de emisoras de Mindelo, entre 1959 y 1961, cuando ella aprovechaba las noches para escuchar y aprender de Amália Rodrigues.
    Le gustaba pasar horas y horas mirando el mar, aunque nunca se metía en el agua porque no sabía nadar. En cambio, le hablaba al Océano Atlántico como si fuera una persona porque una vez, cuando era niña, una anciana le había contado que las olas hacen sonar una música que nosotros los humanos no entendemos.
Cesária Évora venía de la pobreza, de los días de hambruna en aquellas diez pequeñas islas castigadas por la sequía. Fue hija de unos tiempos en que los colonizadores portugueses prohibían caminar por la acera a los nativos caboverdianos que no podían comprarse un par de zapatos. Esa rebeldía nostálgica estaba detrás de su empeño en cantar siempre descalza sobre los escenarios. Ha sido auténtica, ajena a cualquier artificio de la industria, algo que hoy se considera un defecto en la mayoría de los tinglados del espectáculo. Entrevistarla podía resultar una aventura de consecuencias imprevisibles. Te la podías ganar si te olvidabas del cuestionario que traías preparado a propósito de su último disco, por ejemplo, asunto por el que no solía mostrar demasiado interés, y te atrevías a preguntarle por su receta de la catchupa, un guiso tradicional a base de judías, maíz y carne…cuando había dinero. Entonces ella podía contarte la historia de Paulino y Camuche, sus dos ojos desacompasados. "Dos hermanos que van juntos a todas partes, Uno es ciego pero camina y el otro ve bien pero no puede andar". Son palabras suyas.
Sergio Coello

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