Angola
Cesária Évora nació en Mindelo (archipiélago de Cabo Verde), la ciudad de los poetas y los artistas, el 27 de agosto de 1941 y murió a los 70 años, el pasado 17 de diciembre de 2011 en un hospital de la isla de San Vicente.
“Cize”, como la llamaban cariñosamente sus amigos, era hija de un músico
y una cocinera y siempre estuvo rodeada de instrumentos musicales. Sobre todo
del violín que tocaba su padre. Tiempos duros para una familia pobre del África
insular y atlántica, hasta el punto de que, siendo una cría, tuvo que pasar
parte de su infancia en un orfanato. A los 16 años ya cantaba en bares y
fiestas privadas, para las que era reclamada por sus canciones dulces y
tristes, a la vez. Aquellas letras que combinaban el amor con las historias de
aislamiento, comercio de esclavos y emigración, tan propias de su archipiélago,
le gustaban a un público necesitado de emociones balsámicas con las que curarse
las viejas heridas de la vida. Tras la actuación, pasaba por las mesas y los
clientes dejaban caer sus monedas, haciéndolas tintinear ─metal sobre metal─ en
el fondo del platillo.
Entre su adolescencia y su madurez estuvo
cantando en radios locales, bares de puertos y barcos de cabotaje, hasta que a
mediados de los setenta desapareció del mapa, aquejada de una profunda
depresión. Aquella fue una década dura y nada prodigiosa para Cesária, en la
que el alcohol ─sobre todo el "grog" ─un conocido aguardiente caboverdiano─ le empezó a pasar su carísima factura. La propia cantante llamaría
después a esta época, ya superado el episodio, sus Dark
Years (Años Oscuros).
Por
suerte, en 1987, José da Silva la escuchó cantar en un bar de Lisboa y, con 47
años, dos hijos y los restos del naufragios de tres matrimonios fracasados, Cesária
Évora aceptó grabar un disco en París. Para aquella voz negra de los pies desnudos era su primer
álbum, pero luego vendría la publicación de los elepés Mar azul (1991) y Miss
Perfumado (1992) que confirmarían con creces tantas esperanzas aparentemente
frustradas. De repente, aparecieron los conciertos en el Olympia de París, las
comparaciones con Billie Holliday, las giras mundiales ─Estados Unidos, Suecia, Japón, Senegal
y España─, el abandono
del alcohol, las cinco nominaciones a los Grammy, los cinco millones de discos
vendidos en todo el mundo y su ascensión a la cima de la World Music.
Cesária Évora,
la morna
y Cabo Verde se hicieron universales gracias al talento único y esplendoroso de
una cantante tocada por la magia de África y empapada de sonidos de otros
mundos de más allá del Océano.
Cesária Évora
pasará a los anales de la historia de la música como la creadora de un estilo
musical, la morna, que es una especie de blues caboverdiano en el
que se mezclan los olores y sonidos de su isla, la percusión del oeste africano,
el fado portugués, los ritmos brasileños y los cantares de aquellos marinos ingleses
que recalaron en el archipiélago de Cabo
Verde en tiempos de esclavos y piratas. La cantante comenzó a crear el morna
con tan sólo 16 años; tras juntarse con un joven y atractivo guitarrista, su
calidad pronto fue conocida. En la segunda mitad de los años sesenta algunas
canciones suyas ya se retransmitían a través de las radios europeas, Holanda y
Portugal, principalmente.
El morna es un género cuyas letras, en
criollo, hablan invariablemente de amor y distancia. ¿De qué si no puede hablarse en una isla
pequeña? Esta artista tenía una especie de radar innato que le permitía
detectar los peligros y esquivar los arrecifes traicioneros que abundan en la
música étnica. Contó, afortunadamente, con la ayuda de Manuel de Novas,
ex-piloto de puerto, y la de Teofilo Chantre, el músico de París,
inextricablemente unidos al cordón emocional de la “saudade” de su país nativo,
el fado,
una especie de “blues” portugués. También le llegó la colaboración de algunos talentos
excepcionales sin demasiada experiencia. “Ellos han nacido y crecen. Yo soy la
única que envejece”, comentaba bromeando, refiriéndose a aquellos músicos
jóvenes que la acompañaban en sus últimos conciertos. Dos de estos nuevos
compositores de canciones ─Constantino
Cardoso y Jon Luz─ son autores de
esas coladeras
que se salvan del agujero negro de la globalización del sonido. Guitarras,
piano, violines de la calle ─intactos,
directos, cándidos─ para unos ritmos
singulares. El blues cabo-verdiano
de Cesária Évora habla de la larga y amarga historia de aislamiento de su país, del comercio de esclavos,
de la diáspora hija del hambre. Su voz está llena de magia y cuando va acompañada
de instrumentos capaces de conferir un toque melancólico, lo emocional resalta
mucho más que lo retórico. Quien no entiende esa lengua variante del idioma
portugués percibirá, sin duda, la emoción de sus canciones.
Para esta serie podría haber elegido una al
azar de entre tantas de mis preferidas: Papá Joachim París, Miss Perfumado, Mar azul, Cinturao
tem mele o la maravillosa Sodade. Sin embargo, me he inclinado
por Angola,
que es una declaración de amor a ese país del África negra que ha conocido las
diez plagas de Egipto pero ha conseguido sobrevivir a todas ellas.
ANGOLA
Ess
vida sabe qu'nhôs ta vivê
Parodia
dia e note manché
Sem
maca ma cu sabura
Angola
angola
Oi
qu'povo sabe
Ami
nhos ca ta matá-me
'M bem
cu hora pa'me ba nha caminho
Ess
convivência dess nhôs vivência
Paciência
dum consequência
Resistência
dum estravagância
ANGOLA
Esta
vida alegre que nos llevará
Por el
día y la noche de fiesta
sin
dolor, con alegría.
Angola,
Angola;
El
pueblo sabe
que
nadie me va a matar.
Vine
con el tiempo justo
para
regresar, después
de
vivir esta experiencia.
Porque
la paciencia
sólo es
una consecuencia
de la
resistencia
a la
extravagancia
Una copa de aguardiente caboverdiano y un cigarrillo entre las manos,
además de sus melodías tristes, esas eran sus señas de identidad en el
escenario. Tras 'Cesária Evora &..., ─su
último álbum, grabado en el año 2010) y en el que participaron Caetano Veloso,
Pedro Guerra, Salif Keita, Bonnie Raitt y Marisa Monte─, la suerte de la cantante se truncó definitivamente. Ese mismo
año, la cantante tuvo que someterse a una operación a corazón abierto que hizo
temer por su vida. Obligada a suspender una veintena de conciertos que ya tenía
acordados, su salud no se recuperaría jamás. Los achaques se fueron sucediendo,
semana tras semana, y en septiembre de 2011 anunció, desde París, que abandonaba
definitivamente los escenarios. Tres meses después, su corazón dejó de latir.
Era el 17 de diciembre de 2011 y si yo no publiqué este artículo ─que escribí por entonces─ fue porque me empiezan a parecer un
poco oportunistas todas las necrológicas con altavoz.
Cesária decía que empezó a cantar
en los bares de Mindelo y en el puerto de la isla de San Vicente para
ahuyentar la tristeza de sus 16 años. Los clientes no siempre le echaban
escudos en la bandeja; a veces, le pagaban con un vaso de aguardiente grog, de ron o de whisky.
Gracias a unas grabaciones recuperadas de Radio Barlavento y Radio Clube se
puede escuchar todavía aquella voz de jovencita, más clara y fina, en canciones
grabadas en los estudios de emisoras de Mindelo, entre 1959 y 1961, cuando ella
aprovechaba las noches para escuchar y aprender de Amália Rodrigues.
Le gustaba pasar horas y horas mirando el mar, aunque nunca se metía en
el agua porque no sabía nadar. En cambio, le hablaba al Océano Atlántico como
si fuera una persona porque una vez, cuando era niña, una anciana le había
contado que las olas hacen sonar una música que nosotros los humanos no
entendemos.
Cesária Évora venía de la pobreza, de
los días de hambruna en aquellas diez pequeñas islas castigadas por la sequía.
Fue hija de unos tiempos en que los colonizadores portugueses prohibían caminar
por la acera a los nativos caboverdianos que no podían comprarse un par de
zapatos. Esa rebeldía nostálgica estaba detrás de su empeño en cantar siempre descalza
sobre los escenarios. Ha sido auténtica, ajena a cualquier artificio de la
industria, algo que hoy se considera un defecto en la mayoría de los tinglados
del espectáculo. Entrevistarla podía resultar una aventura de consecuencias imprevisibles.
Te la podías ganar si te olvidabas del cuestionario que traías preparado a
propósito de su último disco, por ejemplo, ─asunto
por el que no solía mostrar demasiado interés─, y te atrevías a preguntarle por su receta de la catchupa,
un guiso tradicional a base de judías, maíz y carne…cuando había dinero. Entonces
ella podía contarte la historia de Paulino y Camuche, sus dos ojos
desacompasados. "Dos hermanos que van juntos a todas partes, Uno es ciego
pero camina y el otro ve bien pero no puede andar". Son palabras suyas.
Sergio
Coello
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