domingo, 30 de marzo de 2014

Siempre nos quedará... Milán

   Milán es la ciudad más importante del norte de Italia y la capital de la Lombardía. Igual que Turín, Como, Trento y Bolzano, pertenece a esa Italia – la Padania-- que abomina de su propio Sur, el que va desde Nápoles hasta Sicilia. quizá porque se siente más centroeuropea que mediterránea. Está situada en el valle del Po,  entre el río y los Prealpes, y tiene dos millones de habitantes. De esta posición, y de la pasión por trabajar de los italianos del norte --quizá su única pasión--  le viene a Milán toda su riqueza, aunque también haya ayudado la energía eléctrica fluvial y el metano descubierto en la llanura. 


  Allí se asienta uno de los grandes imperios industriales europeos y lo que empezó siendo un polígono industrial a principios de siglo, hoy es una ciudad satélite llamada Metanópolis. El desarrollo de su industria metalurgia diferenciada -máquinas de vapor, maquinaria agrícola y textil y, sobre todo, automovilística- junto a la gran refinería de petróleo del Rho han hecho de Milán el motor del crecimiento económico de Italia, que pasó de ser un país fundamentalmente agrícola a potencia industrial en menos de treinta años. 
  

   Su posición estratégica desde el punto de vista geográfico, al estar situada en el punto de convergencia de las rutas transalpinas, el ferrocarril de los grandes túneles (San Gotardo, Simplon, Fréjus) y las vías de comunicación entre la Europa del noroeste y el Mediterráneo, ha hecho de ella un lugar imprescindible para la industria y el comercio. La mayor parte del poder bancario italiano y de las sociedades nacionales de exportación se concentran en el famoso Centro Direzionale milanés, un barrio que se llenó de rascacielos como antes lo hicieran la isla de Manhattan en Nueva York y la zona portuaria del lago San Lorenzo en Chicago. Así que puede decirse que Milán es el timón de un barco llamado Italia con la primera Bolsa de la nación, un par de aeropuertos y dos grandes equipos de fútbol. De antiguo son el Arzobispado, la Universidad y su famosa Feria de Muestras de abril.   


   Posiblemente Milán fuera fundada un siglo antes por los galos pero lo seguro es que fue ocupada en el siglo III a.c. por los romanos, que la perdieron ante Aníbal en la segunda guerra púnica. Al finalizar ésta, volvió a manos romanas que le dieron categoría de “municipium”. Llegó a conocer una época de esplendor con Diocleciano y con el Edicto de Milán Constantino otorgó libertad de creencia religiosa a los súbditos del imperio; y ya, de paso, consolidó para siempre los lazos definitivos de poder terrenal entre los estados civiles y la Iglesia Católica. Como todas las grandes ciudades de Occidente, fue devastada por los bárbaros pero renació tras la conquista de Carlomagno que la convertiría en condado. Entonces fue reconocida como centro importante en las comunicaciones entre Oriente y Occidente y se enriqueció con el comercio textil. Después tuvo la suerte de ser gobernada durante siglos por dos familias de la burguesía media local -los Torriani y los Visconti- que la enriquecieron, aún más, hasta consolidar en su torno un extenso Estado territorial llamado el “Milanesado”. A partir de la exposición de 1881, Milán empezó su última gran industrialización y de 1919 a 1921 atravesó una época de crisis económica y alteraciones sociales, coronada por un conato de revolución socialista que fracasó por la indecisión de sus dirigentes. Indecisión que unos achacan a la carencia de un proyecto definido y otros a un pacto entre caballeros a conveniencia de los dirigentes de ambas partes. 


   De entre todos los monumentos notables de Milán hay que destacar el Duomo -es decir, la catedral- que es una de las principales joyas del arte gótico europeo, junto a Notre Dame de París, la de Colonia y la de Burgos. Sus obras duraron cerca de cinco siglos y Tibaldi, el principal de sus arquitectos, dejó hechos los planos de la fachada, que fue realizada por Buzzi. La planta es de cruz latina con cinco naves y tiene una torre que mide ciento ocho metros de altura, por la que se puede acceder a la cubierta del edificio. La sensación de pasear alrededor del tejado junto al centenar de pequeñas torres góticas, rozando muchas de esas más de tres mil estatuas de mármol que la coronan, es una sensación que no puede describirse. En todo caso, la recomiendo a quienes no la hayan vivido. 


   Conviene visitar las basílicas de San Lorenzo -construida en el siglo IV sobre restos de un edificio de origen paleocristiano- y San Ambrogio, de estilo románico lombardo y que fue levantada a partir del siglo X. También son templos muy interesantes las iglesias de la  Madonna delle Grazie -en ella está la famosa “Cena” de Leonardo da Vinci-, y las de San Satiro, San Nazzaro y San Vittore. 

   Entre los edificios civiles hay que señalar el Teatro de la Scala donde se han escrito muchas de las páginas más gloriosas de la música, principalmente de Ópera. Dicen los que entienden de esto que a quienes han ocupado alguna vez una de sus butacas escuchando a la soprano griega María Callas cantar en directo el agónico final de “Madame Butterfly”, podrán acusarles de elitistas pero ya nadie conseguirá jamás darles gato por liebre en asuntos de arte y cultura. El castillo Sforza y los Palazzos Marino y Reale, también recuerdan la grandeza del pasado de la ciudad.


   Pero Milán no es sólo una ciudad industrial atascada de coches -como dice su leyenda negra- aunque entrar en Milán con el coche -lo digo con conocimiento de causa- es como ir a Madrid por la Nacional II, cualquier viernes, a las siete y media de la mañana. Sólo que allí la mitad de los coches que circulan son Alfa Romeos y la otra mitad Fiat. 


   Milán es una de las dos o tres capitales europeas de la moda y no tiene el menor complejo a la hora de tratar de tú a tú a las pasarelas de París y Nueva York, pero los milaneses prestan atención a otras cosas, además de las cuatro ruedas y la alta costura. Y lo demuestran sus pinacotecas de Brera y Ambrosiana, los museos Manzoniano, Arqueológico, de Historia Contemporánea o el Museo Leonardo da Vinci o de la Ciencia y la Técnica. El Acuario Cívico y las Galerías Vittorio-Enmanuelle -uno de los primeros centros comerciales europeos- son una tentación para el paseante; tentación que conviene vencer ante los escaparates por el bien del bolsillo. En una de las esquinas de la Plaza del Duomo había una pastelería gloriosa -de la que no recuerdo el nombre ni sé si seguirá existiendo- que cuando pienso en ella, todavía se me llena la boca de saliva. 


   A mi regreso me dio por pensar que la estancia de unos días en Milán debería ser obligatoria para todos aquellos que andan creídos en que su ciudad es el ombligo del mundo. Y que, por eso   --por ser para ellos un ombligo--, al poco de nacer la amarran con un cordón de alpargata hasta que el apéndice arrugado se cae, de pura atrofia. Para presumir, luego, de lo importante que fue en el pasado esa tripa seca con costurones.        


(Sergio Coello)


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