martes, 27 de septiembre de 2016

TIERRA DE NADIE (9)

9.- ADIÓS, MUÑECA
  
     Algunos hombres aprenden poco con el paso del tiempo y siguen siendo esos tipos ingenuos que mañana le pagarían un millón de euros a un trilero del Rastro madrileño por un “Picasso” recién pintado. Fulanos, ya digo, convencidos de que es más fácil entendérselas con la pila de una muñeca hinchable que con el corazón de una mujer. La gente suele considerarlos raros y se limita a dejarlos en paz dentro de su mundo de globos hinchados con vapor de plomo. Ya saben, esa clase de varones enfermizamente tímidos que se encierran en sí mismos porque creen que la Biblia es un libro mentiroso y que ellos están en posesión de la verdad sin tapujos. Me resulta curiosa esa fe que practican acerca de que la verdadera mujer creada por Dios para que el hombre no estuviera solo no fue Eva sino la serpiente. También acostumbran a pasarse la vida echándole una partida de ajedrez a su propia sombra. Menos mal que la ciencia piensa en todo y la tecnología del plástico acudió hace tiempo en su ayuda para que ellos jugaran también a otras cosas que figuran en el catálogo de los pecados capitales.


   Una vez conocí a un tipo de esos. Estaba ingresado en una institución psiquiátrica y decía que desde que tuvo uso de razón recordaba haber recelado siempre de la mujer, en general. De  todas ellas, quiero decir. Era tal el rechazo que sentía hacia lo femenino que llegó a embarcarse en una larga batalla legal para que la justicia le permitiera casarse con una incubadora. 

-“En la vida real sólo existen mujeres fatales." -me dijo una vez-; “chicas que en cuanto huelen tu dinero apuntan con sus labios a tu boca pero disparan sus manos a tu cartera”.

     Rico por herencia --hasta el punto de que el director de la oficina bancaria donde guardaba la pasta le había hecho de limpiabotas una par de veces-- acabó arruinado y hundido en ese pozo de ideas negras. Eso sí, antes tuvo tiempo de gastarse toda su fortuna en abogados y perder dos juicios; uno legal por empeñarse en ser pareja formal de una de esas máquinas de útero electrónico y otro personal, el juicio mental suyo propiamente dicho. Lo peor de todo es que los electroshocks le habían servido únicamente para reafirmarle en sus convicciones.



-“Fui un ingenuo pensando que podría ganar aquel pleito."--Me contó en otra ocasión mientras se espantaba moscas imaginarias de la frente.-- "Un hombre solo jamás podrá vencer a esta conspiración universal. El juez que me correspondió en el juicio era mujer. Y la psiquiatra que me ve una vez a la semana. Hasta ese gorila gigante que me inyecta tranquilizantes para que se me llene la cabeza de niebla es otra de ellas disfrazada de macho. He pensado en fugarme pero para hacerlo no hay más remedio que pasar por el aro; resulta que la ventana por la que he de saltar, la cuerda para descolgarme por el exterior del muro y la puerta que da a la calle pertenecen también a ese mismo maldito género femenino, aunque sea a nivel gramatical. Incluso a la muerte se le da desde antiguo tratamiento de dama.”

    Hay gentes políticamente correctas que en la actualidad  se comportan como si se hubieran inspirado en aquel tipo que conocí hace unos años. Son personas que le declaran la guerra al otro sexo –al distinto del suyo, quiero decir-- y, en su delirio, llegan a tratar el lenguaje como si éste fuera el arsenal del enemigo. Ya lo dicen a dúo la vida y el paso del tiempo: la distancia más corta entre dos posiciones extremadamente lejanas no es una infinita línea recta sino un palmo medido con la mano de un bebé.

    Los que creemos estar a salvo de ser declaradamente necios sabemos que, en realidad, los hombres no somos otra cosa que mujeres mal hechas. Y eso explica una cierta prevención masculina ante ellas. Quizá sea una forma de autodefensa; la que todo ser débil exhibe ante el fuerte cuando se cruza con él en una acera estrecha. Especialmente, si el fuerte disfruta siendo generoso con el frágil sin que se lo pidan. Creo que todo esto tiene mucho de miedo a correr el riesgo de permanecer indefinidamente en deuda con alguien. Se le puede quedar a uno cara de deudor para los restos y, quien sabe, quizá acaben echándoselo en cara en el momento más inoportuno.

   Ahora que hay tanto debate sobre los matrimonios diferentes, resulta que nadie se acuerda de esas parejas de hecho que están compuestas por un hombre de color gris soledad y una sonrosada muñeca de plástico, “made in Japan”, que tiene una pila recargable por corazón. Son ciudadanos encerrados en sí mismos pero respetuosos con la ley que guardan ese secreto doméstico tras la puerta, Su misterio tiene las medidas de una Barbie a escala natural. Ellos le han entregado el corazón porque suponen que la muñeca sólo se vuelve pasiva cuando decae su vitalidad alcalina de quita y pon. Al fin y al cabo, esa mujer de plástico fino se presenta ante ellos doblada como una camisa de El Corte Inglés pero gracias a un botón-fuelle fácil de manejar se transforma en otra cosa: una dama complaciente con piel de latex. Y con la ventaja añadida de que en la intimidad se le podrán decir palabras tiernas u obscenidades sin que ella se parta de risa o se cabree. 

   Hace tiempo, una de esas muñecas hinchables provocó una alerta de bomba en una oficina de correos de la ciudad alemana de Chemnitz. El artilugio fue devuelto por su decepcionado comprador, a través de Correos y la muñeca empezó a vibrar en el depósito de objetos, dentro de la caja en la que había sido embalada para ser devuelta a su tienda de origen. El cliente que había adquirido la muñeca por catálogo, naturalmente, decidió devolvérsela a su madre; es decir, a la compañía de ventas por internet. Aprovechando la garantía de devolución vigente durante los primeros quince días a partir de la fecha de compra, supongo. Un divorcio rápido y barato. Los funcionarios de la oficina de la cartería se pusieron nerviosos con los ruidos de la chica de goma que salía de aquella caja cerrada. No sé, quizá pensaron que era de goma-dos. Así que en cuanto el bulto dentro de su envoltorio empezó a moverse haciendo ruidos extraños, ellos llamaron con rapidez germánica al remitente para pedirle explicaciones. Éste alegó ante la policía que había devuelto la muñeca porque se encendía sola y siempre en momentos inadecuados. Como ya dije desde el primer momento, se trataba de uno de esos pobres tipos creídos en que las mujeres de plástico no deciden también el cómo y el cuándo para casi todo, incluido eso que están ustedes pensando. Y es que tengo la impresión de que los tipos aficionados a las “chochonas” que miden noventa-cincuenta-noventa no es que sean raros, es que son unos memos redomados y en un concurso de tontos quedarían por delante del ganador.  Estoy seguro de que aceptarían explosión nuclear como instrumento musical de percusión.

   Ya en los primeros años setenta Luis García Berlanga dirigió una película en Francia, Tamaño natural, en la que un médico parisino decidía separarse de su mujer --una especie de Bruja Reproches-- para liarse con una muñeca hinchable mucho más callada y complaciente que su ex. Aparentemente, claro, porque lo mejor de la película era el final. El protagonista desesperado por la mala vida que le daba esta nueva pareja --no tan sumisa como él había pensado-- decidía poner fin a sus males lanzando su coche al Sena con ambos dentro --el hombre y su decepcionante pareja sin alma-- para hundirse juntos.



    Adivinen cuál es el último plano de la película. Premio. Efectivamente, un plano panorámico del cauce del río con la muñeca flotando sobre las aguas. Viuda y superviviente.
Ya lo dice mi gran amigo Pedro García de las Heras: “no es cierto que todas las mujeres sean iguales pero, desde luego, todas han ido al mismo colegio”. Las de plástico, incluidas.