HOLA, BARBIE
Hay hombres que siguen siendo esos seres ingenuos que hoy mismo le pagarían un millón de dólares a un trilero de la Gran Vía por un cuadro de Picasso con la pintura todavía fresca. Fulanos a los que les resulta más fácil entendérselas con la pila de una muñeca hinchable que con el corazón de una mujer. La gente suele considerarlos tipos raros, varones enfermizamente tímidos que viven encerrados en sí mismos, como si estuvieran convencidos de que la Biblia miente y la verdadera mujer creada por Dios ─para que el hombre no se sintiera solo─ no fue Eva sino la serpiente. Así que ellos prefieren pasar la vida echándole una interminable partida de ajedrez a su propia sombra. Pero como la ciencia piensa en todo, la tecnología del plástico acudió hace tiempo en ayuda de ellos. Una vez conocí a uno que estaba ingresado en una institución psiquiátrica. Desde que tenía uso de razón recordaba haber recelado siempre de la mujer, en general. De todas. No le atraían nada los hombres pero era tal el rechazo que sentía hacia las chicas que llegó a embarcarse en una larga batalla legal para que la justicia le permitiera casarse con una incubadora. Fracasó.
-“En la vida real sólo existen mujeres fatales. ─ Me dijo una vez ─ Ya sabes, en cuanto huelen tu dinero apuntan con sus labios a tu boca pero disparan sus manos a tu cartera”.
Tras gastarse toda su fortuna en abogados y perder los dos juicios ─el legal y suyo propio─ le sometieron a varias sesiones de electroshocks, que únicamente sirvieron para reafirmarle en sus convicciones.
-“Fui un ingenuo pensando que podría ganar aquel pleito ─ me siguió contando mientras se espantaba moscas imaginarias de la cabeza ─ Un hombre solo jamás podrá vencer esta conspiración universal. El juez que me correspondió era mujer. Y la psiquiatra que me ve una vez a la semana. Hasta ese gorila gigante que me inyecta láudano ─para que al anochecer se me llene la cabeza de niebla─ es otra de ellas, disfrazada de macho. He pensado en fugarme pero para hacerlo tengo que seguir pasando por el aro; me refiero a que la ventana por la que he de saltar, la cuerda para descolgarme y la puerta que da a la calle también pertenecen al género femenino. Incluso a la muerte se le da tratamiento de dama.”
La mayoría de los hombres saben ─sabemos─ que, en realidad, nosotros no somos más que mujeres mal hechas y eso explica cierta prevención masculina ante ellas. Quizá sólo se trate, en el fondo, de simple autodefensa; la que todo ser débil exhibe ante el fuerte cuando se cruza con él en una acera estrecha. Claro a pesar de tanto debate sobre los diferentes modelos de matrimonio nadie se acuerda de esas parejas de hecho compuestas por un hombre de color gris-soledad y una muñeca de plástico que lleva una pila recargable por corazón. Ciudadanos corrientes, respetuosos con la ley, que guardan tras la puerta un secreto doméstico con las medidas de Barbie a escala natural. Ellos le han entregado su corazón porque suponen que con el paso del tiempo sólo se volverán indiferentes o pasivas cuando decaiga su vitalidad alcalina de quita y pon. Al fin y al cabo, esa muñeca llegó hasta ellos doblada como una camisa y, gracias a un fuelle fácil de manejar, se transformó en una mujer complaciente de sedosa piel de látex para siempre. Y con la ventaja añadida de que en la intimidad le podrán susurrar palabras tiernas u obscenidades sin que se parta de risa o se cabree.
Sergio Coello
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