sábado, 13 de marzo de 2010

EL BALANCÍN

Todas las dictaduras son la misma dictadura, pero hay casi tantas democracias diferentes como naciones aceptan que el sufragio universal sea la teórica fuerza que mueve el balancín de la Historia. Ese balancín no es muy diferente de los que hay en los parques infantiles para que se diviertan los críos. También el poder consta de dos puestos inamovibles, uno a cada lado del fiel de la balanza, y ambos lados se reparten, por igual y por etapas alternativas, su peso y su altura. En ese juego se sube o se baja según sopla un viento democrático y vertical que todo el mundo llama voluntad popular. Algunas veces dan ganas de llamarle fuerza de la gravedad, sin más.




La derrota electoral les suele pillar siempre a trasmano a los partidos políticos perdedores. Se ve han leído poco a Schopenhauer y deconocen que nunca hay viento favorable para el navegante que no sabe cuál es el rumbo que ha de seguir para llegar a su destino. A veces, ni siquiera saben abandonar el poder con elegancia, sin dar portazos. Es decir, que tampoco han leído a Dashiell Hammet ni a Raymond Chandler. De ellos he aprendido yo que en las horas bajas es cuando mejor se demuestra la altura de cualquier hombre. Lo comprobé una noche cuando me encontré con William Battle, que acababa de perder su mansión de Palm Spring a los dados en el Flamingo. Llegó con una sonrisa de oreja a oreja -como si le hubiesen comunicado que al cruzar el jardín había pisado una mierda de oro- y me dijo:

- “¿Sabes? Tener estilo es cuando a uno le condenan a muerte y pide que el procedimiento para aplicarle la sentencia no sea la inyección letal o la silla eléctrica, sino aquel pica-hielos que estaba en manos del instinto básico de Sharon Stone.”
Todos hemos conocido tipos presuntuosos, gente que habla exclusivamente para escucharse a sí misma y mide a los demás por la altura que tienen las suelas de sus zapatos. Max Brady, por ejemplo, era así. Le gustaba tanto presumir de su cosmopolitismo que siempre estaba repitiendo una frase engreída:
- “Vaya donde vaya, todos mis viajes son ya de vuelta.” – En su soberbia, un día le dijo al mismísimo Ban Ki-Moon, Secretario General de las Naciones Unidas – “Yo podría aconsejarle a usted qué cosas no vale la pena hacer en ciertos países remotos. En Afganistán, por ejemplo. Si va usted allí a pasar sus vacaciones de Agosto jamás se le ocurra pedir una cerveza fría en ningún sitio. Lo único frío que hay en el verano de Afganistán es la líbido de los cadáveres.”

A los electores nos encanta que nos digan que somos mejores de lo que, en realidad, somos. Adoramos escuchar mentiras –por ejemplo, esa de que el infierno son los otros- pero jamás estaríamos dispuestos a pagar el menor precio por oírlo. Tal como funciona el Balancín español del poder, un político que no supera el techo del diez por ciento en unas elecciones es un demagogo fracasado que ni siquiera ha sabido hacer bien su trabajo. Sobre todo, teniendo en cuenta lo que me confesó aquella noche Jim Donaldson, el corresponsal en Madrid del Inquirer de Philadelfia, cuando seguíamos las votaciones de la Academia para los oscar del año:

- Sólo existen dos encuestas fiables. La primera revela que uno de cada cuatro hombres indultaría preferentemente a Barrabás porque le parece que es el reo menos elitista de los dos.


- ¿Cuál es la segunda? – le pregunté.
- La otra – me respondíó Jim – dice que una de cada diez mujeres estaría dispuesta a creer que la estatua de David que Miguel Ángel hizo para la ciudad de Florencia tiene una erección cada vez que se le acerca una turista lo suficientemente sexy.”


Sergio Coello

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