El lujo, a veces, llega mucho más lejos que cualquier tragedia personal por larga y dura que sea. Hablando de secuestros, que es un tema muy de actualidad, hace tres o cuatro años los secuestradores de la periodista francesa Florence Aubenas le regalaron dos sortijas y un frasco de perfume horas antes de liberarla. La habían mantenido encerrada en una covacha, de mala manera, ciento cincuenta y siete días. Y es que, en cuanto deja de ser niña, lo primero que hace una mujer es elegir un perfume que la identifique; ese aroma que la distinga del resto de las mujeres en el mundo. Como si se tratara de un adeene a base de efluvios y pistas. Muchas infidelidades de maridos, por cierto, se han descubierto gracias al poco respeto que los hombres le tienen a esta regla de oro femenina.
Todas estas cosas las aprendí de Thelma Perkins. Thelma se había licenciado en Historia por la Universidad de Berkeley pero después se puso a vivir mucho, tal vez demasiado. Las andanzas amorosas de Thelma no cabrían en el Hermitage de San Petersburgo, ni aun censurando la parte gráfica de sus posturas. Una noche que estábamos ella y yo tomando un daiquiri en el Floridita de La Habana, observé cómo sus pestañas rizadas se ponían a bailar un famoso bolero interpretado en directo por la orquesta. De pronto, en mitad del estribillo de “Lágrimas negras”, me dijo:
-“Escucha, una mujer como yo cuenta los hombres que ha perdido igual que lo haría un general en el campo de batalla, por batallones. ¿Sabes una cosa, encanto? A estas alturas de mi vida, es difícil que un tipo llegue a sorprenderme con el cuento chino del amor a primera vista. La última vez que creí en las palabras de un hombre fue anteayer, pero porque se limitó a darme la hora.”
Thelma había conocido muchos secuestradores y sabía de qué pie cojean cuando le dicen a una rehén eso tan inquietante de “tranquila, no te pasará nada, siempre que los tuyos cumplan su parte del compromiso”.
Hace un año, me volví a encontrar con la Perkins una noche en el Dresde, el mejor cabaret de Berlín. Ella estaba en la barra tomando un gin fizz y con su sombrero de espía de entreguerras intentaba espantarse media docena de moscones con pinta de nazis que la andaban asediando; supongo que con la intención de ponerle la bota encima y lo demás dentro. Cuando se libró de aquellos matones que eructaban la canción Lili Marlen desafinando un poco, Thelma me comentó en un aparte:
-“Los hombres acertáis raramente a la hora de hacernos el regalo que preferimos. Los secuestradores, en cambio, siempre dan en el clavo. Le regalan un bolso de plexiglás junto a su liberación a esa mujer que han tenido secuestrada demasiado tiempo y en ese momento ella se creerá la reina de Saba. Yo siempre les doy el mismo consejo a todas esas chicas jóvenes que les gusta jugar a la aventura y viajan por libre a países exóticos” ─ remató Thelma ─ “Si te secuestran, pequeña, no te pongas exigente. Olvida tu buen gusto y seguro que sobrevivirás.”
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