martes, 7 de julio de 2009

PELÍCULAS BRILLANTES, HISTORIAS OSCURAS (II)

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(La película “Gilda” le puso rostro definitivo a la mujer fatal en blanco y negro; ya saben, esa mujer-serpiente que, en realidad, fue la auténtica rival de Eva en el Paraíso; aquella chica-pecado mortal que en nuestros sueños nos daba un inolvidable beso de tornillo con las uñas. Tal vez, por eso mismo, el guante que la Hayworth se quitó mientras bailaba cantando -con una prestada voz de lima con ginebra- “Échale la culpa a mamá”, no ha sido todavía superado. Ni siquiera por esos miles de tangas que las bailarinas de striptease lanzan ahora al público-macho, durante las despedidas de soltero, con derecho a consumición pero no a usar las manos.

Fue una lástima que detrás de aquel mito, agazapada como toda trampa, se escondiera la cruda realidad de una pobre chica hispana, manoseada por su padre desde antiguo. Y que su salud mental durase lo justo: desde la operación quirúrgica para quitarle costillas y dejarle una cintura de avispa hasta la aparición de aquel pelo cortado a mordiscos y teñido de color rubio-fracaso. Es lo que tienen los genios cuando se convierten en maridos, que son incapaces de proporcionar una dosis razonable de felicidad a su mujer, como haría cualquier hombre corriente.

Crecimos corriendo detrás de nuestros sueños mientras el de Gilda se partía en mil pedazos. Finalmente, la diosa dejó de preguntarse cada mañana quién era esa mujer que, con su mismo rostro, mucho más aviejado, la miraba desde el espejo con aquellos ojos perdidos en el cielo de las musarañas.)

GILDA

Peter Dawson siempre hablaba con orgullo de aquella noche en la que estuvo en el Casablanca, un club que en los buenos tiempos había enfrente del Reservoir de Central Park, en Nueva York. Entonces, cualquiera que llegaba a la verdadera capital del mundo lo primero que hacía era traspasar la puerta de ese club aunque tuviera que pagar diez dólares por un dedal de vodka.
No había otra manera de ver en directo a la cantante Judy Taylor.
Judy interpretaba blues desde que era niña aunque no había nacido en el Delta del Mississippi ni se enamoró jamás de un músico negro en Chicago. Nunca necesitó tener el corazón en la garganta, como la inolvidable Billie Holliday que se acabaría perdiendo en un bosque de jeringas brillantes por donde le habían dicho que se llegaba al mar. Tal vez a Judy le hubiera gustado pasar una noche con el poeta Leonard Cohen en la suite real del Hotel Chelsea, como hizo Janis Joplin, aquella chica tejana devorada por las pirañas que había escondidas entre las flores de los hippies. Así que para ser una inmortal cantante de blues a Judy le faltaban algunas cosas. Para empezar, carecía de esa voz de pantano -con sus esclavos fugitivos a la carrera y sus perros de presa detrás- que tuvo John Lee Hooker. Tampoco llevaba escondido dentro de la garganta uno de esos desfiladeros de las Montañas Rocosas como hacía Ray Charles. Ni siquiera la naturaleza la dotó del electrizante timbre con el que Elmore James rasca el corazón de los tipos solitarios, aliviándolos un poco, cuando se ponen a escuchar un disco suyo porque les pica ese no sé qué en el lado izquierdo del pecho.


En realidad, Judy cantaba regular pero eso era lo de menos. En opinión de Peter, si valía la pena pasar por la taquilla del Casablanca era porque la Taylor movía las caderas con un swing idéntico al de ese viento procedente del museo de piedra arenisca de Monumental Valley, cuando mece los maizales verdes que se extienden entre el lago Mead y Gleenwood Springs, hasta poner los sembrados tan calientes que hay que regarlos luego con las inmensas aguas, ya domesticadas, del río Colorado.

- “Aquella noche -contaba una y otra vez un orgulloso Peter Dawson a sus compañeros de oficina, verdes de envidia- el Casablanca estaba lleno de tipos con pinta de duros. Fulanos que, así de primeras, parecían muy sólidos; para qué negarlo. Pero, ¿sabéis una cosa? Con los movimientos de Judy en el escenario, todos ellos acabaron derritiéndose mucho antes que el hielo de sus propias copas.”

Sergio Coello

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