Scorsese es uno de los mejores cineastas vivos, no uno de esos modernos directores publicitarios de videoclips de larga duración, tan de moda últimamente en los festivales.
Surgió en los setenta junto a otros prestigiosos realizadores –Steven Spielberg, Brian De Palma, o George Lucas– que no están a su altura aunque todos ellos fueron capaces de crear una nueva forma de hacer películas. Admiraban el mejor Hollywood anterior, a la vez que deseaban una ruptura con la imparable decadencia del viejo sistema de los grandes estudios. Excepto en el western, la filmografía de Scorsese ha indagado en todos los géneros por más que se le note mucho una especial debilidad por argumentos en los que la violencia y la locura pueden hacer de la ciudad de Nueva York el infierno que, en el fondo, también es cualquier megápolis. En este sentido ‘Taxi Driver’ (1976), resulta paradigmática.
Narra la historia de un excombatiente en Vietnam, un tipo solitario y perturbado por el vacío de su existencia; un superviviente de aquella catástrofe social y ética que fue la guerra contra el vietcong comunista. Travis Bickle (Robert De Niro), vive encerrado en su soledad, siempre con ese aire taciturno y errante de los que caminan sin rumbo. Un día acepta el empleo de taxista nocturno en la búsqueda desesperada por dar algún sentido a su vida y el contacto con las calles de la ciudad le acabarán convirtiendo en un psicópata, un hombre sórdido y demoniaco que no ve más forma de solucionar los males de la sociedad que pasando a desempeñar el clásico papel bíblico de ángel exterminador. La noche neoyorquina –como la de tantas ciudades– está llena de sombras de traficantes, rateros, putas y drogadictos.
También de gente peligrosa que primero raja la barriga y luego pregunta. El famosos soliloquio del protagonista –“Ojalá una lluvia cayera sobre esta ciudad y limpiara toda esta escoria”– es un magnífico homenaje a esa maravillosa canción de Bob Dylan llamda A hard rain is gonna fall y nos remite a la vieja solución final con azufre para la insalvable perversión de Sodoma y Gomorra. En su diario, Travis narrará sus experiencias y obsesiones que el espectador va escuchando a través de una voz en off. Oyéndolas le podemos seguir en su camino inexorable hacia la raya del abismo, después de que se alimente de un arsenal de armas de fuego con las que empezará a entrenarse para matar. Dirigiéndose a ese tipo que le devuelve su inquietante mirada desde el espejo, Robert De Niro inauguró una de las frases más repetidas por la gente a lo largo de los últimos treinta años: ¿Me estás hablando a mí? Cuando alguien quiere meter miedo a un interlocutor desconocido, remeda esas palabras aparentemente inocentes, que no lo son tanto si van acompañadas de la correspondiente mirada de nieve porque el que las escucha ya sabe que están cargadas con balas de nueve milímetros parabellum. En un final tan violento como inolvidable, Travis –con una cresta de indio mohicano que luego se convertiría en seña de identidad para la tribu urbana de los punkies– asesina fríamente a un puñado de tipos y recoge después los laureles del héroe de mano de aquellos que saben sacar provecho político a esta clase de carnicerías.
Los grandes artífices de Taxi Driver fueron el guionista Paul Schrader , también director de cine, y Martin Scorsese. Ambos pensaron que su amigo el actor Robert de De Niro sería el Travis ideal. Lo fue, gracias a una de sus mejores interpretaciones. Parte del éxito de Taxi driver se debe a la excelente música de Bernard Herrmann, compositor de algunos de los mejores films de Alfred Hitchcock. El blues, lleno de melancolía, que acompaña toda la película se convirtió en la obra póstuma de este genio de la música de cine, que murió al poco de finalizar su creación.
También resultan fascinantes los dos personajes femeninos y pocas veces una película ha retratado de forma tan perfecta a dos mujeres radicalmente diferentes. Cybill Shepherd era por aquel entonces una bellísima actriz rubia que había sido descubierta por Peter Bogdanovich. La presentación de su personaje, Betsy, en “Taxi driver” no puede ser más reveladora. Shepherd aparece caminando, vestida de blanco y, después de conocerla, Travis habla de “su chica” como de una belleza a la que toda esa suciedad que la rodea no debería rozar. Lo malo es que sus pésimas dotes de seductor estropean la menor posibilidad de un final feliz. Al principio, incluso, ella se siente intrigada por el personaje y su carencia de vida social, que le lleva –en el colmo de los despropósitos– a algo tan ridículo y bochornoso como invitarla a ver una película porno en un cine X. Primero se sentirá sorprendido y avergonzado en su inocencia e insensatez. Luego, asumirá su condición de ex-novio resentido.
La segunda figura femenina del film corresponde a Iris, una adolescente que ejerce la prostitución, interpretada por Jodie Foster, cuando aún no era actriz madura sino niña prodigio. Tras un primer encuentro en el que ella entra en el taxi, esta puta casi niña se convertirá en la obsesión de Travis, empeñado en alejarla por las buenas o por las malas de ese sucio ambiente. Ya transformado en un vengador solitario, devuelve Iris a sus padres y pasará de villano a ciudadano ejemplar. En el último plano nuestro protagonista ve algo extraño en el retrovisor de su vehículo y deja bien a las claras que se ha convertido en un peligroso justiciero por libre, un chiflado con capacidad para sembrar el terror entre la gente que le caiga mal a partir de ese momento.
Ganadora de la célebre Palma de Oro en el Festival de Cannes, “Taxi Driver” consiguió cuatro nominaciones al Oscar: mejor película, mejor actor para Robert De Niro, mejor actriz de reparto para Jodie Foster, y mejor banda sonora para Bernard Herrmann pero ninguna de las nominaciones recibió la estatuilla. Corrían tiempos mediocres y ‘Rocky’ fue la gran triunfadora de la noche. Ya sé que esto puede molestar a un par de generaciones enteras de aficionados al cine para los que esa obra del púgil Stallone es sin duda “una de las películas de su vida” –y pido disculpas por ello– pero la diferencia que hay entre Taxi driver y Rocky es algo así como la que existe entre “El jardín de las delicias” de El Bosco y la cara de Marilyn Monroe coloreada por Andy Warhol.
Harry Parker era un trabajador nato. En Filadelfia, su ciudad natal, hizo de picador en las minas de hierro que había junto al río Delaware y luego aprendió otros oficios que le dieron una amplia visión de cómo se puede trabajar en cualquier cosa si antes has averiguado el sitio que el destino te ha reservado para que lo ocupes hasta que te jubilen o te mueras. Harry fue ferroviario, corrector de artes gráficas y ayudante de laboratorio en una compañía química. Más tarde -ya con su licencia de armas en el bolsillo- trabajó de vigilante jurado para una compañía de seguridad moviendo furgones cargados con sacas llenas de dólares entre rascacielos que acabaron siendo sedes de bancos. Un día se cansó de dar tumbos por cuenta ajena y se compró un taxi con los ahorros de media vida. Harry era un tipo duro de pelar.
Una vez que iba desarmado le intentaron atracar un par de fulanos malencarados que pretendían aligerarle la caja con la recaudación de los servicios del día. El más violento de los dos le disparó dos veces en el pecho -a quemarropa y con una magnum 44 sin silenciador- pero las balas eran mucho más débiles que Harry y, apenas le rozaron el pecho, cayeron al suelo mortalmente heridas. Recorría las calles a bordo de su taxi recogiendo gente desesperada a esas horas en las que el trasporte público sólo existe en la mente calenturienta de los gobernantes y en la publicidad institucional. Así se fue haciendo un justiciero solitario. Leía el Quijote en sus tiempos muertos y se fue convirtiendo, poco a poco, en un caballero rodante.
Un día se enfrentó a los semáforos, metralleta en mano, creyendo que eran ogros sin ley y en otra ocasión atacó a un grupo de peatones que cruzaban un paso-cebra porque los había confundido con las huestes de Osama Ben Laden. Aunque Harry también derrochaba generosidades entre los menesterosos que pululaban por los rincones miserables de la ciudad. En realidad, le perdía más aquella solidaridad obsesiva que practicaba con el mundo marginal que su justiciero empeño en acabar con la escoria urbana. Su esposa se lo explicó claramente al juez, en su despacho, cuando éste citó a ambos para dar curso y trámite a la demanda de divorcio que ella había presentado.
- No puedo más, Señoría. Estoy harta de que todas las noches llegue a casa con el sobre de la recaudación medio vacío porque se ha dejado la otra mitad intentando reparar todas las injusticias del mundo que se le cruzan por la calle.
Surgió en los setenta junto a otros prestigiosos realizadores –Steven Spielberg, Brian De Palma, o George Lucas– que no están a su altura aunque todos ellos fueron capaces de crear una nueva forma de hacer películas. Admiraban el mejor Hollywood anterior, a la vez que deseaban una ruptura con la imparable decadencia del viejo sistema de los grandes estudios. Excepto en el western, la filmografía de Scorsese ha indagado en todos los géneros por más que se le note mucho una especial debilidad por argumentos en los que la violencia y la locura pueden hacer de la ciudad de Nueva York el infierno que, en el fondo, también es cualquier megápolis. En este sentido ‘Taxi Driver’ (1976), resulta paradigmática.
Narra la historia de un excombatiente en Vietnam, un tipo solitario y perturbado por el vacío de su existencia; un superviviente de aquella catástrofe social y ética que fue la guerra contra el vietcong comunista. Travis Bickle (Robert De Niro), vive encerrado en su soledad, siempre con ese aire taciturno y errante de los que caminan sin rumbo. Un día acepta el empleo de taxista nocturno en la búsqueda desesperada por dar algún sentido a su vida y el contacto con las calles de la ciudad le acabarán convirtiendo en un psicópata, un hombre sórdido y demoniaco que no ve más forma de solucionar los males de la sociedad que pasando a desempeñar el clásico papel bíblico de ángel exterminador. La noche neoyorquina –como la de tantas ciudades– está llena de sombras de traficantes, rateros, putas y drogadictos.
También de gente peligrosa que primero raja la barriga y luego pregunta. El famosos soliloquio del protagonista –“Ojalá una lluvia cayera sobre esta ciudad y limpiara toda esta escoria”– es un magnífico homenaje a esa maravillosa canción de Bob Dylan llamda A hard rain is gonna fall y nos remite a la vieja solución final con azufre para la insalvable perversión de Sodoma y Gomorra. En su diario, Travis narrará sus experiencias y obsesiones que el espectador va escuchando a través de una voz en off. Oyéndolas le podemos seguir en su camino inexorable hacia la raya del abismo, después de que se alimente de un arsenal de armas de fuego con las que empezará a entrenarse para matar. Dirigiéndose a ese tipo que le devuelve su inquietante mirada desde el espejo, Robert De Niro inauguró una de las frases más repetidas por la gente a lo largo de los últimos treinta años: ¿Me estás hablando a mí? Cuando alguien quiere meter miedo a un interlocutor desconocido, remeda esas palabras aparentemente inocentes, que no lo son tanto si van acompañadas de la correspondiente mirada de nieve porque el que las escucha ya sabe que están cargadas con balas de nueve milímetros parabellum. En un final tan violento como inolvidable, Travis –con una cresta de indio mohicano que luego se convertiría en seña de identidad para la tribu urbana de los punkies– asesina fríamente a un puñado de tipos y recoge después los laureles del héroe de mano de aquellos que saben sacar provecho político a esta clase de carnicerías.
Los grandes artífices de Taxi Driver fueron el guionista Paul Schrader , también director de cine, y Martin Scorsese. Ambos pensaron que su amigo el actor Robert de De Niro sería el Travis ideal. Lo fue, gracias a una de sus mejores interpretaciones. Parte del éxito de Taxi driver se debe a la excelente música de Bernard Herrmann, compositor de algunos de los mejores films de Alfred Hitchcock. El blues, lleno de melancolía, que acompaña toda la película se convirtió en la obra póstuma de este genio de la música de cine, que murió al poco de finalizar su creación.
También resultan fascinantes los dos personajes femeninos y pocas veces una película ha retratado de forma tan perfecta a dos mujeres radicalmente diferentes. Cybill Shepherd era por aquel entonces una bellísima actriz rubia que había sido descubierta por Peter Bogdanovich. La presentación de su personaje, Betsy, en “Taxi driver” no puede ser más reveladora. Shepherd aparece caminando, vestida de blanco y, después de conocerla, Travis habla de “su chica” como de una belleza a la que toda esa suciedad que la rodea no debería rozar. Lo malo es que sus pésimas dotes de seductor estropean la menor posibilidad de un final feliz. Al principio, incluso, ella se siente intrigada por el personaje y su carencia de vida social, que le lleva –en el colmo de los despropósitos– a algo tan ridículo y bochornoso como invitarla a ver una película porno en un cine X. Primero se sentirá sorprendido y avergonzado en su inocencia e insensatez. Luego, asumirá su condición de ex-novio resentido.
La segunda figura femenina del film corresponde a Iris, una adolescente que ejerce la prostitución, interpretada por Jodie Foster, cuando aún no era actriz madura sino niña prodigio. Tras un primer encuentro en el que ella entra en el taxi, esta puta casi niña se convertirá en la obsesión de Travis, empeñado en alejarla por las buenas o por las malas de ese sucio ambiente. Ya transformado en un vengador solitario, devuelve Iris a sus padres y pasará de villano a ciudadano ejemplar. En el último plano nuestro protagonista ve algo extraño en el retrovisor de su vehículo y deja bien a las claras que se ha convertido en un peligroso justiciero por libre, un chiflado con capacidad para sembrar el terror entre la gente que le caiga mal a partir de ese momento.
Ganadora de la célebre Palma de Oro en el Festival de Cannes, “Taxi Driver” consiguió cuatro nominaciones al Oscar: mejor película, mejor actor para Robert De Niro, mejor actriz de reparto para Jodie Foster, y mejor banda sonora para Bernard Herrmann pero ninguna de las nominaciones recibió la estatuilla. Corrían tiempos mediocres y ‘Rocky’ fue la gran triunfadora de la noche. Ya sé que esto puede molestar a un par de generaciones enteras de aficionados al cine para los que esa obra del púgil Stallone es sin duda “una de las películas de su vida” –y pido disculpas por ello– pero la diferencia que hay entre Taxi driver y Rocky es algo así como la que existe entre “El jardín de las delicias” de El Bosco y la cara de Marilyn Monroe coloreada por Andy Warhol.
PELÍCULAS BRILLANTES, HISTORIAS OSCURAS (XXV):
TAXI DRIVER
TAXI DRIVER
Harry Parker era un trabajador nato. En Filadelfia, su ciudad natal, hizo de picador en las minas de hierro que había junto al río Delaware y luego aprendió otros oficios que le dieron una amplia visión de cómo se puede trabajar en cualquier cosa si antes has averiguado el sitio que el destino te ha reservado para que lo ocupes hasta que te jubilen o te mueras. Harry fue ferroviario, corrector de artes gráficas y ayudante de laboratorio en una compañía química. Más tarde -ya con su licencia de armas en el bolsillo- trabajó de vigilante jurado para una compañía de seguridad moviendo furgones cargados con sacas llenas de dólares entre rascacielos que acabaron siendo sedes de bancos. Un día se cansó de dar tumbos por cuenta ajena y se compró un taxi con los ahorros de media vida. Harry era un tipo duro de pelar.
Una vez que iba desarmado le intentaron atracar un par de fulanos malencarados que pretendían aligerarle la caja con la recaudación de los servicios del día. El más violento de los dos le disparó dos veces en el pecho -a quemarropa y con una magnum 44 sin silenciador- pero las balas eran mucho más débiles que Harry y, apenas le rozaron el pecho, cayeron al suelo mortalmente heridas. Recorría las calles a bordo de su taxi recogiendo gente desesperada a esas horas en las que el trasporte público sólo existe en la mente calenturienta de los gobernantes y en la publicidad institucional. Así se fue haciendo un justiciero solitario. Leía el Quijote en sus tiempos muertos y se fue convirtiendo, poco a poco, en un caballero rodante.
Un día se enfrentó a los semáforos, metralleta en mano, creyendo que eran ogros sin ley y en otra ocasión atacó a un grupo de peatones que cruzaban un paso-cebra porque los había confundido con las huestes de Osama Ben Laden. Aunque Harry también derrochaba generosidades entre los menesterosos que pululaban por los rincones miserables de la ciudad. En realidad, le perdía más aquella solidaridad obsesiva que practicaba con el mundo marginal que su justiciero empeño en acabar con la escoria urbana. Su esposa se lo explicó claramente al juez, en su despacho, cuando éste citó a ambos para dar curso y trámite a la demanda de divorcio que ella había presentado.
- No puedo más, Señoría. Estoy harta de que todas las noches llegue a casa con el sobre de la recaudación medio vacío porque se ha dejado la otra mitad intentando reparar todas las injusticias del mundo que se le cruzan por la calle.
Sergio Coello
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