Que el cartero te entregue una carta que alguien escribió para ti hace casi una vida entera es como si aquella niña que te gustaba tanto en el primer año de colegio -y a la que no te atreviste a decirle nada- te confesase ahora cincuenta años después, en el comedor de la residencia de ancianos donde os habéis vuelto a encontrar, que ella se pasó todo aquel curso enamorada de tus pantalones cortos. Lo primero que piensas es que ya se veía desde el principio que eras uno de esos tipos que no se enteran ni advierten las pistas femeninas por muy evidentes que sean. Resulta que la vida te puede haber estado ofreciendo posibles historias de amor que se quedaron en nada por culpa de tu miopía sentimental. Otra cosa más de las que arrepentirse cuando llega la hora de hacer la lista en la tercera mitad de tu vida.
No siempre el cartero llama dos veces. En ocasiones no viviría lo suficiente. Además, lo más probable es que el destinatario se haya cansado de esperar y ni siquiera le suene el nombre que figura en el remite. Una carta con la que se ha dejado de soñar es un papel inútil que no viene a llenar ningún vacío. Es como una señal fuera del tiempo; el documento que ha dejado de creer en las palabras escritas sobre sí mismo y convertidas ya en telaraña de trazos fosilizados. Este mundo de hoy vive el presente al día, valga la redundancia. Anteayer suena a Prehistoria y la semana próxima es un futuro demasiado lejano por incierto.
Claro que conviene aclarar que en esas cartas recibidas con tanto retraso importa menos lo que dicen que lo que son. Quizá nada es ya lo mismo, empezando por el sello. Después de dar más vueltas que la carta de San Pablo a los Corintios, el papel cambia de color y se vuelve amarillo. Una carta así tiene que haberse vuelto, necesariamente, muy descreída; es una especie de texto cínico que ya estará de vuelta de todo lo que esconden las grandes palabras. En el fondo, se trata de la misma clase de despiste que ese ancianito sin amor con el que he empezado este artículo. Tipos y cartas que se enteran tarde y mal de que hay compañeros de fatigas que, mientras te ayudan a sostener la pancarta de la causa común, ya están pensando en alguna traición antes de que el gallo cante tres veces.
Hace ya mucho tiempo que los profetas anunciaron el fin del mundo pero no estoy seguro de que lleven razón. Yo tiendo a la prudencia en este aspecto y los prudentes apenas nos atreveríamos a asegurar que nuestra chica nos estará esperando en casa a la hora de la cena porque nos da miedo que pueda largarse de vacaciones a Kenia con un periodista de esos que se parecen a Robert Redford cuando era joven. En cambio, hay gente que pronostica a muy largo plazo, y con todo desparpajo, lo que sucederá infaliblemente. Uno jamás apostaría a que el año que viene seguirá viviendo en el mismo sitio pero conozco profetas que se toman la libertad de anunciar con pelos y señales quien habrá perdido la próxima guerra, la siguiente liga de fútbol o las elecciones generales de ese año en que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo.
Creo que no es más que una forma de ganarse la vida perdiendo el tiempo. El mundo de los muertos equivocados está lleno de gente que se dedicó a prevenir sobre las cosas que iban a desaparecer en poco tiempo -la Iglesia de Roma, el capitalismo, los libros, el petróleo, el planeta- hasta que llegó ese día en que ellos mismos desaparecieron mientras todo lo demás seguía su curso.
Pero a lo que iba, cuando alguien quiere romper contigo y no se atreve a hacerlo mirándote a los ojos, ya no te escribe como antes una carta de desamor; una de aquellas cartas tan largas que bastaba con añadirles un prólogo y numerarlas en capítulos para convertirlas en una novela.
Hoy, simplemente, te envían un mensaje-microcarta por el teléfono móvil que dice algo así como “Pierdt Richar. T dejo X Rober ke ti n un Golf GTI i mola + ke tu”.
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