PELÍCULAS BRILLANTES, HISTORIAS OSCURAS (XXVII)
Bran Stoker fue uno de los varios hijos de Abraham Stoker y de la feminista Charlotte Thornley. Aquella familia burguesa, trabajadora y austera, no tenía otra fortuna que los libros así que la precaria salud del niño ayudó a que éste estudiara en su casa con profesores privados, después de escuchar las historias de fantasmas que su madre le contaba. Su creación literaria más popular realza tanto los matices del vampirismo que es una obra consagrada y tan inmortal como su propio protagonista. "Drácula" cuanta el devenir de un vampiro humano atormentado por la soledad y al que se le niega el descanso eterno. La novela está basada en el personaje real de Vlad Draculea, también llamado Vlad Tepes "el empalador”, un sanguinario aristócrata rumano que ejerció una tiranía homicida sobre sus siervos. Oscar Wilde dijo de ese libro que era la obra de terror mejor escrita de todos los tiempos y, en 1931, el director Tod Browning, a sueldo en los famosos estudios Universal, dirigió su clásica versión sonora adaptando el material de la obra de teatro de Hamilton Deane y John L. Balderston que respetaba mucho los pormenores del original de Stoker. El actor Bela Lugosi, —sustituto del actor Lon Chaney que había sido elegido en primera opción pero falleció antes de comenzar a rodar— había interpretado al personaje en la obra teatral y eso le permitió agarrar con mano experta el personaje para el cine hasta el punto de que ya no le abandonaría jamás. Ni siquiera al final de su vida, en el manicomio. Supongo que habrá quien se acuerde de esa maldición con consiste en ser “reserva” del titular para cualquier partido de fútbol. La historia de ‘Dracula’ nos conduce a los Cárpatos transilvanos, donde el castillo del conde vampiro se alza tenebroso. Hasta allí acude un tipo llamado Renfield —cambio sustancial e inteligente con respecto a la obra, en la que es un tal Jonathan Harker quien visita a Drácula en sus dominios— para venderle una casa en Londres. Este comienzo de la película está dotado de una atmósfera en la que realidad y ficción andan separadas por una distancia menor que una micra. Incluso podría decirse que Dácula tiene los primeros veinte minutos más grandiosos de la historia del cine de terror, cuando un carromato se adentra en el escarpado paisaje de Transilvania (más allá de los bosques), mientras Drácula y sus mujeres se levantan de sus tumbas de manera silenciosamente lenta, como corresponde a personajes centenarios. El personaje que encarna Bela Lugosi recibe al viajero en unas grandes escalinatas rodeadas por telas de araña, ratas y armadillos. Misterioso, el conde se muestra cortés hasta que su caza da comienzo en una maravillosa escena en la que, ante la presencia del recién llegado, ordena a sus mujeres que se alejen. En todo ese fragmento inicial el protagonista se mueve con la lentitud, elegancia y misterio propios del mejor estilo expresionista. Cuando la acción abandona las tierras transilvanas para trasladarse a Londres, la obra decae algo y eso se nota.
El film está un tanto sometido a su fidelidad teatral pero el director, afortunadamente, logra sortear los límites gracias a la labor de su operador de cámara, Karl Freund, que también sería conocido como realizador de dos joyas del cine de terror: ‘La momia’,1932 y ‘Las manos de Orlac’, 1935. Las salidas del ataúd de Drácula son realizadas como si apareciera de la nada y llama la atención el virtuosismo de Freund en secuencias como la del manicomio en la que Reinfield está ingresado. El personaje que viajó hasta el mundo de las tinieblas para entrevistarse con Drácula, desde que es un desquiciado acólito suyo, se alimenta de insectos y está obsesionado por el poder de la sangre. La puesta en escena combina el estilo gótico con elementos del expresionismo alemán y todo lo que de inmortal tiene la película se debe en buena parte a la inolvidable interpretación de Bela Lugosi. La composición del personaje es totalmente opuesta, en cuanto a aspecto físico se refiere, a lo realizado por Max Schreck en Nosferatu, la película muda de Murnau. Si en ésta el rey de los vampiros era literalmente un ser monstruoso, en el film de Browning aparece como un hombre apuesto, refinado y culto. Es decir, mucho más temible porque la penetrante mirada del actor basta para acogotar —con jota y con ene— al espectador. Hipnótica y fascinante, ‘Drácula’ no ha perdido ni un ápice, ochenta años después de su realización, de ese carácter fascinante y terrorífico que ya figuraba en el texto literario del que procede.
DRÁCULA
A los clientes del Black Castle les gustaba presumir de no haberse equivocado jamás. En los bares normales siempre hay alguien que intenta corregirse después de que las consecuencias de sus actos le haya convertido en penitente pero en el Castle despreciaban al arrepentido porque se creían los inventores de esa maniobra de éxito que consiste en hacer de un error cien veces repetido un gran acierto. El caso más alarmante tenía por nombre Brian Temple. No es que Brian hubiera cometido demasiadas equivocaciones -como la paloma de Rafael Alberti, por citar el ejemplo que más adoran los que están totalmente seguros de no haberse equivocado jamás- sino que todo él era un tipo equivocado. Brian se levantaba cada mañana, muerto de sueño, y pasaba sucesivamente por la ducha, la cocina, el coche, la oficina y el camino de vuelta a casa sin haber activado una sola neurona reflexiva de su cerebro. Un día, el médico de la empresa donde trabajaba le dijo:
- Cuando asistí a tu madre durante el parto que te trajo al mundo ya le comenté que había tenido un bebé con la vocación muerta pero ella se empeñó en conservarla dentro del congelador a la espera de mejores tiempos. Lo siento, chico, pero el tiempo no creo que pueda hacer ya nada por ti. Así que Rézale a Einstein, si es que sabes, y que sea lo que Dios quiera.
Brian era un noctámbulo de vocación congelada que dormía todas las noches como un bendito hasta que le despertaba el ring ring del despertador a las seis en punto de la mañana. Luego, una flecha de dirección única le llevaba hasta el vestidor donde guardaba unos colmillos postizos de vampiro que se colocaba dentro de la boca, en esas plazas de parking vacías que las muelas del juicio le dejaron en herencia y que jamás llegaron a ocupar. Para no mostrar los incisivos, aprendió a reír a carcajadas con la nariz. San Pedro hubiera entendido que Brian muriese de viejo sin estrenar sus colmillos en el cuello de cisne de Nicole Kidman pero no aceptó sin más que abandonase la vida sin haberlos clavado siquiera en una manzana Granny Smith. El primer Papa no le dejó pasar del recibidor del Cielo mientras le aclaraba que “practicar la virtud por falta de valor para cometer pecado no tenía ningún mérito al ojo ortocéntrico de Dios”. Brian probó suerte en el infierno donde el diablo era dentista pero Satanás se había tomado ese día libre.
Sergio Coello
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