Escrito por Sergio Coello con motivo del puente de Los Santos compartido por los laborales en Toledo:
“Cerca del Tajo, en soledad amena,
de verdes sauces hay una espesura,
toda de hiedra revestida y llena
que por el tronco va hasta la altura
y así la teje arriba y encadena
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido,
alegrando la hierba y el oído.”
de verdes sauces hay una espesura,
toda de hiedra revestida y llena
que por el tronco va hasta la altura
y así la teje arriba y encadena
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido,
alegrando la hierba y el oído.”
(Garcilaso de la Vega)
EXTRAMUROS
Aunque Toledo ya no es exactamente el mismo que cantara su hijo Garcilaso de la Vega, sigue conservando esa mezcla de fortaleza y vega extensa, de aleación entre la piedra quieta y el agua en movimiento que lleva hasta el mar que no es necesariamente el morir, como insistía otro ilustre poeta, Jorge Manrique.
Ya se sabe, los poetas disponen de libertad imaginaria ─la más potente de todas─ y Garcilaso y Manrique lo eran de sobra. Tenían licencia para ver una primavera florida donde otros sólo alcanzamos a contemplar esa balada nostálgica del otoño con sus hojas secas caídas por el suelo y sus choperas de crestas amarillas.
Pero los poetas, salvo Homero ─que perdió la guerra de Troya─ y John Milton ─que perdió el Paraíso─ no están ciegos. Ni tuertos como el profesor Ortega; aquel paisano suyo que en los primeros años sesenta del siglo pasado nos daba Formación del Espíritu Nacional a los “laborales” de Córdoba en Segundo Curso de Oficialía Industrial. Recuerdo su eterno esparadrapo blanco en el ojo izquierdo ─que no era político sino estético─, sus amenazas en broma a toda la clase ─“mis ceros no son como los de los demás profesores, son tan grandes que tendréis que llevarlos rodando con una guía, como si fueran aros”─ y la expresión “toledano, tonto y vano; si lo sabré yo”; auténtica “prueba del nueve” de su honrado sentido del humor; que el humor bien entendido, como la caridad, siempre debe empezar por uno mismo.
El caso es que un buen grupo de ex-alumnos de la Universidad Laboral de Córdoba nos hemos reunido los días 29, 30 y 31 de octubre en Toledo. Lo hicimos bajo el paraguas de ULACOR, un paraguas transparente que no nos impide ver el horizonte, a la vez que nos protegió de la lluvia; escasa, por cierto. Porque de lo que se trata es de estar a favor de todos y contra nadie. Por eso hicimos nuestro encuentro a “extramuros” ─¡que hermosa metáfora!─ de esa ciudad monumental llamada Toledo y que parece encastillada, un poco encerrada en sí misma; aunque las apariencias engañen, como siempre, porque hasta allí acuden gentes de todas partes sin problemas de aranceles, salvoconductos o contraseñas.
Ignoro si Juan Antonio Olmo lleva escondido dentro, quizá sin saberlo siquiera él mismo, uno de esos poetas de las casualidades o el niño descubridor “malgre lui” de hallazgos afortunados como aquel pequeño protagonista de La isla del tesoro de Stevenson. El Hotel Beatriz, donde estuvimos alojados, se encuentra fuera de esa ciudad-castillo, en la zona abierta; ya libre del abrazo-soga del Tajo. Desde siempre, uno es muy de metáforas pero es que el paso del tiempo y las fatigas y alegrías de la vida le han llevado a considerar que las metáforas ─las buenas metáforas, naturalmente─ definen mucho mejor a la Humanidad que los malentendidos.
Todos los “laborales” que hemos estado en Toledo, sin excepción, somos firmes partidarios de las puertas abiertas, de las vallas sin cancela y del derribado muro de Berlín. La antigua capital visigoda, con sus siglos de historia tolerante entre culturas, su pintor universal que no era de allí, su Escuela de Traductores para que los hombres del mundo se entiendan entre sí y su mezcla de arquitecturas donde caben todos los estilos de utilidad y belleza, no necesita aprobar ningún examen de convivencia. Nadie discute eso. Pero no vamos a negar que el caso histórico toledano tiene esa forma de alcázar defensivo; como si estuviera un poco encerrado en sí mismo; algo así como aquel Fuerte Clark desde el que el Séptimo de Caballería se defendía de los apaches. Para todos nosotros, escudos y lanzas están de sobra. Por eso insisto en que fue un acierto, ético y estético, ─además de una magnífica alegoría─ instalar el campamento en el Hotel Beatriz.
El movimiento se demuestra andando y fuera de la muralla, en campo abierto, es donde mejor se habla de buena voluntad y de un futuro compartido, de entendimiento y unidad. Todo por ese orden tranquilo de buenos alimentos, espirituales y de los otros.
De Toledo me quedo con lo bueno y con lo mejor. Lo bueno es que he vuelto a ver la maravillosa obra del hombre a través de los siglos. Lo mejor: que he compartido estos tres días con personas magníficas a las que tenía más o menos archivadas en la carpeta de la memoria. Ahora han cobrado vida y se han presentado ante mí como lo que realmente son: sencillos héroes cotidianos de la batalla sin fuego cruzado de la vida. Y es que en el mundo real cualquier otra clase de héroe sólo es un gran invento. Como el turismo.
Sergio Coello
Sergio, si acuciado por el tiempo has escrito esta "breve" semblanza...qué no nos hubieras podido transmitir con más tiempo?
ResponderEliminarSu contenido, contenido, aunque sea una redundancia, y el que quiera leer que lea y si hay alguien que no entiende o no quiere entender...que relea.
Un magnífico recuerdo de esos días.
Gracias.