-“Después de dar vueltas por el mundo y morar en cien lugares, uno acaba descubriendo que es más divertido el camino que la posada.”
Ortega y Gasset matizó la cosa cuatro siglos después cuando afirmó que lo importante no es llegar sino estar yendo. Sin embargo, a todo hombre, desde Ulises a Lope de Aguirre, de Cervantes a Ortega, le llega el día en que sabe que está en ese punto de su vida donde se acaba la cuesta que venía subiendo. Es entonces cuando uno ha de comprender que si ha superado la pendiente con cierta alegría ─a pesar del pesado saco que se echó a la espalda cuando tenía veinte años─ es porque el esfuerzo de tirar para adelante y hacia arriba no era excesivo comparado con su energía para levantarlo.
El saco estaba lleno de ilusiones y las ilusiones son la única carga que empieza a pesar justamente cuando te vas deshaciendo de ella. Así que esa empinada ladera de montaña que es la vida te parecía en aquellos años una autopista llana; como la que recorría tranquilamente, a bordo de su cortadora de césped, el anciano protagonista de la película de David Lynch, “Una historia verdadera”.
Otros hombres, en cambio, llegan al punto de inflexión y siguen adelante, resbalando como una piedra redonda por el otro lado -el de bajada- hacia el agujero. Fulanos que le inspiraron a Bob Dylan esa canción perfecta que lleva por título “Like a rolling stone”. De vez en cuando, nos enteramos de que algunos de aquellos que admiramos en sus buenos tiempos ─cuando eran dioses civiles─ siguen empeñándose en regresar al pasado para reencontrarse con ese joven que fueron un día. Hasta que revientan. Simplemente, porque ignoraban que aquel muchacho ya no existe y, lo que es peor aún, si existiera renegaría de aquello en lo que se han convertido ellos después.
Con el tiempo los hombres también aprendemos que eso que llamamos meta no es más que el punto más alto en la trayectoria de cualquiera; que dar un paso más significa empezar a oír el tango “Cuesta abajo”. Un mal asunto. Tan malo como sentarse encima de ese pico de la cumbre y notar que no tardando se te empezará a clavar en el culo. El aventurero Jerry Flanagan, que se había bebido toda la estantería que había al otro lado de la barra del Metropolitan- me lo dijo una noche:
-“Lo ideal sería que uno notara el preciso instante en que pisa esa raya. Como aquella vez en que supe que estaba en el Polo porque al dar un solo paso el viento del sur se había vuelto viento del norte”.
Ortega y Gasset matizó la cosa cuatro siglos después cuando afirmó que lo importante no es llegar sino estar yendo. Sin embargo, a todo hombre, desde Ulises a Lope de Aguirre, de Cervantes a Ortega, le llega el día en que sabe que está en ese punto de su vida donde se acaba la cuesta que venía subiendo. Es entonces cuando uno ha de comprender que si ha superado la pendiente con cierta alegría ─a pesar del pesado saco que se echó a la espalda cuando tenía veinte años─ es porque el esfuerzo de tirar para adelante y hacia arriba no era excesivo comparado con su energía para levantarlo.
El saco estaba lleno de ilusiones y las ilusiones son la única carga que empieza a pesar justamente cuando te vas deshaciendo de ella. Así que esa empinada ladera de montaña que es la vida te parecía en aquellos años una autopista llana; como la que recorría tranquilamente, a bordo de su cortadora de césped, el anciano protagonista de la película de David Lynch, “Una historia verdadera”.
Otros hombres, en cambio, llegan al punto de inflexión y siguen adelante, resbalando como una piedra redonda por el otro lado -el de bajada- hacia el agujero. Fulanos que le inspiraron a Bob Dylan esa canción perfecta que lleva por título “Like a rolling stone”. De vez en cuando, nos enteramos de que algunos de aquellos que admiramos en sus buenos tiempos ─cuando eran dioses civiles─ siguen empeñándose en regresar al pasado para reencontrarse con ese joven que fueron un día. Hasta que revientan. Simplemente, porque ignoraban que aquel muchacho ya no existe y, lo que es peor aún, si existiera renegaría de aquello en lo que se han convertido ellos después.
Con el tiempo los hombres también aprendemos que eso que llamamos meta no es más que el punto más alto en la trayectoria de cualquiera; que dar un paso más significa empezar a oír el tango “Cuesta abajo”. Un mal asunto. Tan malo como sentarse encima de ese pico de la cumbre y notar que no tardando se te empezará a clavar en el culo. El aventurero Jerry Flanagan, que se había bebido toda la estantería que había al otro lado de la barra del Metropolitan- me lo dijo una noche:
-“Lo ideal sería que uno notara el preciso instante en que pisa esa raya. Como aquella vez en que supe que estaba en el Polo porque al dar un solo paso el viento del sur se había vuelto viento del norte”.
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