Coja usted un poco de Vértigo, otro poco de La ventana indiscreta, una pizca de Crimen perfecto, dos gotas de Psicosis, páselo por el turmix del erotismo, añádale unas cuantas escenas de telefilm de cruceros y evite cualquier aporte del talento de Alfred Hitchcock. Agítelo y… tendrá Doble cuerpo. Brian De Palma es lo que se ha venido llamando un director posmoderno, una especie de Quentin Tarantino adelantado a su tiempo que rodó esta película como si estuviera estudiando para heredar al maestro del suspense.
Aquí, ya desde el título y el argumento, de Palma intenta y consigue engañar al espectador. Un actor fracasado recibe de otro actor al que acaba de conocer el encargo de vigilar su lujoso piso mientras aquel realiza un viaje. A fuerza de espiar a la mujer de la ventana de enfrente, acaba siendo testigo del asesinato de ella y su obsesión por encontrar al culpable le llevará a mezclarse en una trama del mundo del cine, donde –ya se sabe- nada es lo que parece y las apariencias engañan igual que en la realidad. A ratos, Doble cuerpo parece no tener ni pies ni cabeza (dobles, quiero decir).
Su amoralidad, su discutible buen gusto y su evidente mala uva impregnan acaban dándole un aire autoparódico y descacharrante a esta película que quiere ser un ejercicio de estilo y se queda tirada en la cuneta del intento. Pero no todo es malo en la película, y la valentía del cineasta, al asumir el riesgo que supone el enfrentarse a un argumento descaradamente robado, merece un voto de confianza para quien empezó alentándonos con excelentes trabajos como Carrie, Vestida para matar y El precio del poder y que confirmó con Los intocables de Elliot Ness, antes de empezar una cuesta abajo casi imparable. La música de Pino Donaggio –aquel cantante que nos echaba una mano en las calenturas de los guateques, cuando se callaban Los Teen tops y empezaba él con su Io que no vivo seza te– ayuda mucho a elevar un poco el listón artístico de la película. A estas alturas de la vida, creo que sólo se la recomendaría a los aprendices en el uso de la Viagra.
18.- DOBLE CUERPO
A pesar de su nombre, tan internacional, Mary Sugar había nacido en Moratalaz treinta años antes de que José María Aznar designara a su sucesor como si el Partido Popular fuera el Sacro Imperio Romano-Germánico.
Era hija de un inspector de Hacienda que sólo sabía restar y de una buena mujer que nunca salió desnuda a la terraza para regar los geranios, y cuyo único defecto era que trabajaba de compradora compulsiva de los cupones de la ONCE sin horario fijo. Viendo cómo lloraba su hija, nada más nacer, lo primero que pensó es que había sido madre de una actriz.
Mary no empezó mal su carrera. Ya en su primera prueba -cuando andaban buscando una rubia que midiera noventa y cinco de trópico de cáncer para hacer de chica sexy, tonta y muda- el director del casting se fijó mucho en ella. Pero como aquel tipo era enano y bizco, todas las virtudes que acompañaban a la aspirante -de la garganta para arriba, se entiende- le pasaron desapercibidas. Ese liliputiense metido a juez de muchachas sin padrino que querían ser artistas le enseñó a Mary cómo se pueden llegar a torcer las cosas sin saber cómo ni cuándo.
Ella fue advirtiendo, poco a poco, que sólo la llamaban para pequeños rodajes en las páginas centrales de la revista Interviú, donde únicamente le ofrecían papeles en los que sobraban los diálogos y el tanga.
Si alguna vez sugería que su personaje pronunciara alguna frase ingeniosa, aunque fuera un monosílabo, el fotógrafo le contestaba invariablemente que las tetas tenían que ser como los soldados y su obligación era la de permanecer siempre calladas, en posición de firmes, mientras no se les diera orden en contrario. Milagrosamente, Mary no cayó en el agujero nocturno y canalla de las alcantarillas de Madrid. Ni siquiera en esos momentos en los que el frío hiela el corazón de las chicas sin suerte y sólo ruedan sobre el asfalto de las calles unas ambulancias del Samur que llevan dentro a alguien a quien le ha nevado más de la cuenta -y a rayas- bajo un techo elegante con gorilas a la puerta. Mary no cometió la habitual tontería que cometen tantas mujeres dentro del proceloso mundo del cine: ser demasiado ambiciosa. Así acabó aprendiendo que lo mejor es enemigo de lo bueno y, gracias a eso, ha llegado a ser una reputadísima actriz de doblaje.
Su culo dobla a los de las más famosas estrellas de nuestra actual Cifesa nacional en todas esas escenas de riesgo que suelen tener lugar junto al borde de un precipicio de camas redondas o contra alguna pared manchada todavía con la sangre fresca del último fusilado al amanecer.
Aquí, ya desde el título y el argumento, de Palma intenta y consigue engañar al espectador. Un actor fracasado recibe de otro actor al que acaba de conocer el encargo de vigilar su lujoso piso mientras aquel realiza un viaje. A fuerza de espiar a la mujer de la ventana de enfrente, acaba siendo testigo del asesinato de ella y su obsesión por encontrar al culpable le llevará a mezclarse en una trama del mundo del cine, donde –ya se sabe- nada es lo que parece y las apariencias engañan igual que en la realidad. A ratos, Doble cuerpo parece no tener ni pies ni cabeza (dobles, quiero decir).
Su amoralidad, su discutible buen gusto y su evidente mala uva impregnan acaban dándole un aire autoparódico y descacharrante a esta película que quiere ser un ejercicio de estilo y se queda tirada en la cuneta del intento. Pero no todo es malo en la película, y la valentía del cineasta, al asumir el riesgo que supone el enfrentarse a un argumento descaradamente robado, merece un voto de confianza para quien empezó alentándonos con excelentes trabajos como Carrie, Vestida para matar y El precio del poder y que confirmó con Los intocables de Elliot Ness, antes de empezar una cuesta abajo casi imparable. La música de Pino Donaggio –aquel cantante que nos echaba una mano en las calenturas de los guateques, cuando se callaban Los Teen tops y empezaba él con su Io que no vivo seza te– ayuda mucho a elevar un poco el listón artístico de la película. A estas alturas de la vida, creo que sólo se la recomendaría a los aprendices en el uso de la Viagra.
18.- DOBLE CUERPO
A pesar de su nombre, tan internacional, Mary Sugar había nacido en Moratalaz treinta años antes de que José María Aznar designara a su sucesor como si el Partido Popular fuera el Sacro Imperio Romano-Germánico.
Era hija de un inspector de Hacienda que sólo sabía restar y de una buena mujer que nunca salió desnuda a la terraza para regar los geranios, y cuyo único defecto era que trabajaba de compradora compulsiva de los cupones de la ONCE sin horario fijo. Viendo cómo lloraba su hija, nada más nacer, lo primero que pensó es que había sido madre de una actriz.
Mary no empezó mal su carrera. Ya en su primera prueba -cuando andaban buscando una rubia que midiera noventa y cinco de trópico de cáncer para hacer de chica sexy, tonta y muda- el director del casting se fijó mucho en ella. Pero como aquel tipo era enano y bizco, todas las virtudes que acompañaban a la aspirante -de la garganta para arriba, se entiende- le pasaron desapercibidas. Ese liliputiense metido a juez de muchachas sin padrino que querían ser artistas le enseñó a Mary cómo se pueden llegar a torcer las cosas sin saber cómo ni cuándo.
Ella fue advirtiendo, poco a poco, que sólo la llamaban para pequeños rodajes en las páginas centrales de la revista Interviú, donde únicamente le ofrecían papeles en los que sobraban los diálogos y el tanga.
Si alguna vez sugería que su personaje pronunciara alguna frase ingeniosa, aunque fuera un monosílabo, el fotógrafo le contestaba invariablemente que las tetas tenían que ser como los soldados y su obligación era la de permanecer siempre calladas, en posición de firmes, mientras no se les diera orden en contrario. Milagrosamente, Mary no cayó en el agujero nocturno y canalla de las alcantarillas de Madrid. Ni siquiera en esos momentos en los que el frío hiela el corazón de las chicas sin suerte y sólo ruedan sobre el asfalto de las calles unas ambulancias del Samur que llevan dentro a alguien a quien le ha nevado más de la cuenta -y a rayas- bajo un techo elegante con gorilas a la puerta. Mary no cometió la habitual tontería que cometen tantas mujeres dentro del proceloso mundo del cine: ser demasiado ambiciosa. Así acabó aprendiendo que lo mejor es enemigo de lo bueno y, gracias a eso, ha llegado a ser una reputadísima actriz de doblaje.
Su culo dobla a los de las más famosas estrellas de nuestra actual Cifesa nacional en todas esas escenas de riesgo que suelen tener lugar junto al borde de un precipicio de camas redondas o contra alguna pared manchada todavía con la sangre fresca del último fusilado al amanecer.
Sergio Coello
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