lunes, 20 de abril de 2009

Huéspedes en el Paraiso. Capítulos I y II.

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Capítulo I. LA TERCERA MITAD DE LA VIDA

Del Hotel Paradise decía su director, Mike Guffin, que la principal ventaja consistía en que dentro del edificio regían unas reglas de juego diferentes.
Una noche me confesó:

-“El Paradise es como el pasado o el extranjero. Aquí las cosas suceden de otra manera”

Según Mike, que había hecho ya el viaje de vuelta desde los bajos fondos hasta la regeneración personal, aquel hotel estaba muy alejado de cualquier parte del mundo y hasta su entrada no podían llegar el ruido y la furia de estos tiempos.

Empleados y clientes coincidían en la opinión de que el Paradise era un oasis escondido en ese desierto que es el mundo que estamos construyendo.
Paul Gallagher -un novelista acabado que se había retirado a aquel lugar porque decía que ya estaba escrito todo lo que tenía que contar- me confesó una vez que entre los muros de aquel edificio, cubiertos en su cara externa por buganvillas en flor, era el único lugar donde se sentía realmente a salvo de las salpicaduras de sangre y las tormentas de hielo mental que el cielo descarga de vez en cuando sobre las ciudades-mecano.

Y la cantante Melody Marker, que amenizaba las noches del bar-club del hotel con canciones que ya nadie volverá escribir jamás como My man o Summertime, cantaba un blues cuya letra decía que en el Paradise no había espacio para las gentes sin alma.



Melody, que en otro tiempo había sido grande como Billie Hollliday y Barbra Streisand, ya sólo cantaba con los ojos pero seguía encogiéndote el corazón con aquel lamento suyo de chile con miel.
Era una de esas mujeres que tienen el arte de la conversación y opinaba sobre cualquier cosa a través de metáforas que apuntaban directamente al corazón de quien la oía.

Una noche me confesó que en el ambiente que envolvía al Paradise no sobreviviría ni media hora cualquiera de esas moscas que ponen sus huevos dentro de los agujeros que la miseria abre al otro lado de la raya del mundo. Se trataba de una mujer madura y hermosa.

Estaba convencida de que cuando uno tiene ya hechos todos los deberes para consigo mismo no importa demasiado que la nostalgia sea una enfermedad incurable. No sólo ella, todos los que vivían en el Paradise, empleados y clientes, parecían haberse librado de la picadura de ese escorpión que habita debajo de la piedra con la que casi todos tropezamos más de una vez.
Ya saben, el veneno que empieza a consumir por dentro a la gente normal a partir de la tercera mitad de su existencia; cuando el tiempo de cada cual ya no se mide en años sino en sueños de juventud convenientemente desahuciados.


A Melody la había rescatado para alegrar las noches del Hotel Paradise Mike Guffin, su director-gerente. La sacó de un arroyo escocés de malta cuando coincidió que ella estaba a punto de tirar la toalla y él tenía decidido no trabajar ni un día más para la mafia sino para sí mismo. Mike cambió la pistola por una escritura de propiedad de un hotel cerrado cuya cubierta amenazaba ruina y tras desempolvar una vieja bolsa escondida, que estaba llena de fajos de billetes y resumía su pasado, se acordó de todos aquellos -pocos- a los que debía algún favor. Enterró en aquel hoyo la parte de su vida durante la que se había estado alumbrando los pasos con fogonazos de pólvora y recuperó al novelista Gallagher y la actriz retirada del viejo Hollywood Blanche Anderson como huéspedes fijos. También le ofreció la mejor suite a su antiguo jefe, el gángster Frank Matone, como último refugio para que se escondiera de las tentaciones del arrepentimiento. Además, hospedó en la última planta a un tipo extraño al que todo llamaban Slater, un apellido tan falso como la voluntad de muchos políticos de resolver esos problemas que les permiten mantenerse en el poder mientras éstos persisten.

Guffin tenía buena memoria y eso permitió que el pianista negro Roger Brown volviera a deslizar los dedos sobre teclas negras y blancas en lugar de seguir empleándolos en agitar los cubiletes de los dados en garitos de mala muerte. Otra mujer, de las muchas que habían pasado por la vida de Mike, era Marion Barnes. Marion tenía un cuerpo espléndido que apenas había malgastado con tipos que no merecían la pena pero la mala vida no había podido con ella del todo. Era dueña del secreto de Mike y aceptó, sin titubear, su oferta para que supervisara el servicio de habitaciones en el Paradise. Marion fue la que me enseñó la llave de aquel secreto:
-“Mike es de esos que opinan que lo peor que se puede hacer en este mundo es olvidar un gesto de amistad. Se dejaría matar antes que traicionar a alguien que le ofreció un cigarrillo en el velatorio de su madre.”

(Continuará…)




Capítulo II. SUBIR POR LA ESCALERA DE BAJADA

La actriz Blanche Anderson rompió el contrato que la unía a sus productores el día en que le quisieron imponer un papel corto que consistía en hacer de pieza de charcutería en una película dirigida por un niñato que aprendió cine en la consola de los videojuegos.

La dignidad de Blanche le impidió emprender ese ascenso a pie a través de una escalera por la que ya sólo bajaban atropelladamente las principiantes. Ella no era de las que habían plantado sus manos sobre el cemento blando de la acera de Hollywood Boulevard para que luego, una vez seco, los turistas se hicieran fotos mientras pisaban su nombre con las zapatillas deportivas sudadas por dentro pero, sin embargo, se había ganado un respeto como actriz solvente entre las del montón.

Tras ganar el título de Miss Arizona a los diecinueve, atravesó el Valle de la Muerte en un autobús que moría en Los Ángeles (California) y sin salir de Hollywood rodó una docena de películas de serie B.
Ya saben, guiones escritos con talento y fotografiados en blanco y negro con poco dinero, aunque sobrados de decencia artística. Películas cuya dirección había caído en manos de unos tipos que se tomaban el rodaje de cada plano con el mismo compromiso moral con el que un carpintero transformaba un tronco de haya en una butaca de patio para el cine. Gentes, todas ellas, cuya brújula profesional apuntaba hacia el mismo Polo Norte ético: ni el asiento ni la pantalla debían amargarle la vida al espectador durante el tiempo que permaneciera dentro de la sala.



La actriz se cruzó por primera vez con Mike Guffin antes de que éste fuera director-gerente del Paradise una noche de julio de mil novecientos noventa, cuando ambos cenaban en el Coconout Grove, a solas y en mesas contiguas. Mike reparó en ella y comparó su rostro real con una foto de la actriz que colgaba de la pared haciéndole poca justicia.

-“De haberla conocido a usted, Oscar Wilde jamás hubiera escrito El retrato de Dorian Gray - le dijo Mike mientras alzaba su copa de vino a la salud de ella - El rostro de esa fotografía sigue igual de hermoso que antes, usted es ahora mucho más bella y el diablo ha envejecido tanto que sus ofertas de eterna juventud carecerían de la menor credibilidad. ¿Sabe una cosa, señorita Anderson? De cuanto conozco, usted y el vino de esta copa son las dos únicas excepciones a esa ley universal que hace que todo lo bueno empeore con el paso del tiempo.”

Aquella noche, Blanche y Mike acabaron tomando el postre juntos y luego se bañaron desnudos en la laguna que hay frente a la terraza del famoso restaurante. Cuando él cambió de oficio y de herramienta de trabajo -la metralleta por la estilográfica para firmar la escritura de propiedad del Hotel Paradise- Blanche Anderson tenía ya reservada una habitación con vistas a la clase de paisajes que sólo pueden ver aquellos que hacen el viaje de vuelta; ese mundo en el que se aplica sin la menor piedad la reserva del derecho de admisión contra el mal gusto.

La actriz retirada era uno de los escasos clientes fijos del establecimiento y allí seguía ofreciendo gratis a empleados y clientes el espectáculo de su bajada a pie por la escalera principal del hotel a la hora del desayuno. A veces, solía pasear por el jardín con una sombrilla de colores y, a poco que la luz del día le echara una mano, tenías la impresión de que aquella mujer acababa de escaparse de un cuadro de Auguste Renoir. Las malas lenguas decían que entre Blanche y Mike no había pasado nada que no se pudiera contar en voz alta porque ella sólo había estado realmente enamorada una vez en la vida.

Concretamente, del actor Clint Eastwood, cuando éste empezaba, y con el que había coincidido apenas una hora durante una prueba de estudio. Al parecer, en ese breve lapso de tiempo hicieron cosas para las que otras parejas menos lanzadas necesitarían un par de años como mínimo. También se rumoreaba que desde su retirada del show bussiness el corazón de Blanche había desertado del amor en tiempos de guerra, que son casi todos.

Sin embargo, una silueta con el esqueleto de Slater -el tipo misterioso que se había registrado con un apellido que sonaba tan falso como el pacifismo de un guerrillero- cruzaba de tarde en tarde, y en la oscuridad de la madrugada, el metro y medio transversal de pasillo que separaba ambas habitaciones. Peter Ngu, el recepcionista mestizo que era hijo de un soldado que estuvo en Vietnam y de una sobrina de Ho-Chi-Ming, fue quien mejor supo definirme cómo era la actriz retirada Blanche Anderson.

Una noche, frente al mostrador, mientras me daba la llave de mi habitación, me dijo Peter:


-“Esa mujer es el cliente perfecto para el personal de servicio. Se alimenta únicamente de ensaladas y todo está siempre okey para ella. Hay una encuesta secreta por ahí revelando que uno de cada dos hombres casados de su generación pensaba en ella cada vez que tenía que comerse la misma manzana con la misma Eva el sábado por la noche.”

(Continuará…)




2 comentarios:

  1. Magnífico.En cierta manera,y no se si lo será ya que habrá que leer más,me recuerda al género de novela negra del hollywood de los cincuenta. De ser película estaría muy bien representado por Robert Mitchum Shirley McLaine. Un único pero:el fondo negro del texto, no invita mucho a la lectura. Habrá que decírselo al amigo J.A.Olmo.

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  2. Sergio: Soy José Diego Pacheco. Soy muy aficionado a la novela negra y me gusta lo que estás haciendo en esta novela, la descripción de personajes está muy bien.Espero podamos contactar. Un abrazo

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