CAPITULO XVII. LA MÁQUINA DE TRIUNFAR

-“El éxito consiste en esbozar más veces la sonrisa que fruncir el ceño, ganarse el respeto de adultos inteligentes y el afecto de los niños, conseguir un lugar aceptable en la lista de opiniones honradas y soportar la traición de los falsos amigos sin descomponer la figura. El éxito también consiste en apreciar la belleza, encontrar lo mejor en los demás, ayudar al débil a que sea más fuerte cada día y dejar el mundo un poco más presentable de como te lo encontraste, ya sea con un hijo, un huerto o unas palabras escritas que no se pudran a la mañana siguiente. En fin; ya sabes, estar seguro de por lo menos alguien ha respirado más fácilmente porque tú has vivido. Eso es tener éxito. Lo que quiero decir, muchacho, es que si no eres nadie sin una medalla, con un par de ellas sigues sin serlo.”

-“No es verdad que no se pueda vivir del aire. Si eres suficientemente listo resulta sencillo. Sin ir más lejos, ahí tiene usted a los fabricantes de aparatos climatizadores. ¿Amigos, dice usted? yo no tengo ninguno. Si tuviera un amigo le querría como a un hermano, Como Caín a Abel, por ejemplo.”

-“El drama personal también está en vivir cuando ya no existe todo aquello que comíamos de pequeños“.
Quedaban lejos los tiempos en los que ese padrino tenía unos nervios tan templados que a la hora de dormir las ovejas le contaban a él para relajarse y descansar. Se decía que unos meses antes, el día que llegó el veterano periodista Paul Gallagher al Paradise, éste entró por error en la habitación del gángster y le reconoció al instante:
-“No se preocupe, señor Matone, soy periodista pero me he salido del cuarto poder.”
Frank no se imputó y le dio una réplica a la misma altura.
-“Amigo periodista, también yo me he retirado así que usted tampoco corre peligro de no poder salir de este cuarto.”

-“Creo que el éxito para una mujer es encontrar al hombre de su vida y yo encontré a Mike. Lo malo es que el amor es un año de llamas y treinta de cenizas. Por eso la vida debe incluir un buen puñado de locuras, para que no se reduzca todo a cuatro toneladas de lunes. Los dos teníamos menos de treinta cuando nos conocimos. Yo era la reina del Pasadena y él llegó desde Chicago a Nueva York con un cerebro como el de Aristóteles y un cuerpo como el pecado mortal. ¿Sabes una cosa? A la media hora de conocernos, ya habíamos destrozado el sexto mandamiento en mi camerino.”
CAPITULO XVIII . LA PENÚLTIMA PÁGINA

Cuando murió el gángster Frank Matone en el Paradise no hubo nada de eso. Se despidió de los amigos con unas palabras que resumían su vida. Ya saben, la historia de uno de esos tipos capaz de descerrajar la puerta de un castillo de un vistazo. A Frank no habían conseguido vencerle las leyes reformadas por los políticos ni el odio acumulado de sus enemigos; lo hizo un bultito del tamaño de una nuez que le fue minando todo lo que tenía detrás de la pelvis. Recuerdo que en la hora final, aquel padrino moribundo miró a Guffin con unos ojos escarchados que delataban su agradecimiento por la sobredosis de morfina administrada a petición suya y con un hilo de voz dijo a Mike:
- “Siempre me he preguntado por qué se utilizan agujas esterilizadas para administrar la inyección letal a los condenados a muerte. No vale la pena prolongar esto. No tenéis idea de lo mal que sabe el agua cuando se toma por prescripción facultativa. Adiós, amigos; creo que esta cuesta tendré que subirla bajándola marcha atrás.”

-“Yo nunca olvido una promesa y a veces incluso las cumplo.”
En cambio, la joven Roxie Ball fue al entierro de su protector vestida de novia porque se casaba con Andy una hora después del sepelio. Antes de que se enfriara el cadáver, el botones del Paradise le pidió a la que había sido amante de su padre que se casara con él. Al tiempo, por supuesto, que enrollaba en el dedo anular de la mano derecha de la rubia explosiva -como alianza de compromiso- el testamento que le hacía heredero universal de la fortuna de su progenitor. Aquella pareja de veinteañeros eran ya de otro mundo, no sé si peor que el nuestro. Un mundo en el que las reglas sobreentendidas ya no sirven. Poco antes de despedirse del Paradise, el propio Andy me dejó bastante claro cuál sería su norma de conducta a partir de entonces:
- “Creo que Roxie y yo nunca tendremos descendencia. Es lo más sensato. Me temo que si tuviéramos un hijo, Roxie sólo podría quererlo como amigo. En cuanto a mí, ya sabes, sería esa clase de padre capaz de regalar a su bebé, como primeros juguetes para la bañera, un flotador de plomo y un caimán.”

-“¿Sabes una cosa? Dejé el juego porque tipos como ese chico me convencieron de que la verdadera primera regla del póquer es que una pistola cargada gana a cuatro ases y un comodín.”
El recepcionista Peter Ngu, que era igualmente joven, aguantó con elegancia su primer desengaño amoroso con Roxie Ball, aquella ambición rubia que en lugar de corazón tenía una caja registradora. Salió ganando, aunque él no lo supiera entonces. Sin duda es un error sacar conclusiones generales sobre los jóvenes. También sobre cualquier generación. Salvando las distancias, todos los huéspedes fijos del Paradise pertenecían a la misma vieja estirpe de Matone. Hombres y mujeres que habían descubierto que el pasado es como la sombra; si le huyes, te sigue y si le buscas para reencontrarte con él, se esconde donde no puedas localizarle. Paul Gallagher -el periodista retirado de escribir sobre un mundo al que, al final, decidió regresar también- me hizo comprender que los nacionalismos son una excusa. Poco antes de despedirse para volver a su tierra en compañía de la cantante Melody Marker, me dijo:
Mike Guffin y Marion Barnes volvieron a compartir algo más que el pasado. En mi último día de estancia en el Paradise oí por primera y única vez hablar al misterioso Slater que ya había trasladado todo su equipaje -un cepillo de dientes- a la habitación de la actriz Blanche Anderson.
-“Disculpe que no le haya dirigido la palabra hasta ahora pero es que soy de los que prefieren no saber qué opina la gente de cualquier cosa. Cuando me retiré de la mala vida que llevaba, tuve que ir al psiquiatra y me dijo que me estaba volviendo loco. Como yo insistí en que me gustaría conocer una segunda opinión ¿sabe lo comentó?
-“De acuerdo, señor Slater, le daré una segunda opinión: también es usted feo.”
FIN “HUÉSPEDES EN EL PARAÍSO”
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